Alejandra Pizarnik

dice que no sabe del miedo de la muerte del amor
dice que tiene miedo de la muerte del amor
dice que el amor es muerte es miedo
dice que la muerte es miedo es amor
dice que no sabe

A Laure Bataillon

Mucho más allá

¿Y qué si nos vamos anticipando
de sonrisa en sonrisa
hasta la última esperanza?

¿Y qué?
¿Y qué me da a mí,
a mí que he perdido mi nombre,
el nombre que me era dulce sustancia
en épocas remotas, cuando yo no era yo
sino una niña engañada por su sangre?

¿A qué, a qué
este deshacerme, este desangrarme,
este desplumarme, este desequilibrarme
si mi realidad retrocede
como empujada por una ametralladora
y de pronto se lanza a correr,
aunque igual la alcanzan,
hasta que cae a mis pies como un ave muerta?
Quisiera hablar de la vida.
Pues esto es la vida,
este aullido, este clavarse las uñas
en el pecho, este arrancarse
la cabellera a puñados, este escupirse
a los propios ojos, sólo por decir,
sólo por ver si se puede decir:
«¿es que yo soy? ¿verdad que sí?
¿no es verdad que yo existo
y no soy la pesadilla de una bestia?»

Y con las manos embarradas
golpeamos a las puertas del amor.
Y con la conciencia cubierta
de sucios y hermosos velos,
pedimos por Dios.
Y con las sienes restallantes
de imbécil soberbia
tomamos de la cintura a la vida
y pateamos de soslayo a la muerte.

Pues eso es lo que hacemos.
Nos anticipamos de sonrisa en sonrisa
hasta la última esperanza.

Revelaciones

En la noche a tu lado
las palabras son claves, son llaves.
El deseo de morir es rey.

Que tu cuerpo sea siempre
un amado espacio de revelaciones.

Sortilegios

Y las damas vestidas de rojo para mi dolor y con mi dolor insumidas
en mi soplo, agazapadas como fetos de escorpiones en el lado más
interno de mi nuca, las madres de rojo que me aspiran el único calor
que me doy con mi corazón que apenas pudo nunca latir, a mí que
siempre tuve que aprender sola cómo se hace para beber y comer y
respirar y a mí que nadie me enseñó a llorar y nadie me enseñará ni
siquiera las grandes damas adheridas a la entretela de mi respiración
con babas rojizas y velos flotantes de sangre, mi sangre, la mía sola, la
que yo me procuré y ahora vienen a beber de mí luego de haber matado
al rey que flota en el río y mueve los ojos y sonríe pero está muerto y
cuando alguien está muerto, muerto está por más que sonría y las
grandes, las trágicas damas de rojo han matado al que se va río abajo y
yo me quedo como rehén en perpetua posesión.

La única herida

¿Qué bestia caída de pasmo
se arrastra por mi sangre
y quiere salvarse?

He aquí lo difícil:
caminar por las calles
y señalar el cielo o la tierra.

(A. Pizarnik. Poesía completa. Ed. Ana Becciú. 4a. ed. Barcelona: Lumen, 2010)

La muerte y la muchacha (Schubert)

La muerte y la muchacha
abrazadas en el bosque
devoran el corazón de la música
en el corazón del sinsentido

una muchacha lleva un candelabro de siete brazos
y baila detrás de los tristes músicos
que tañen en violines rotos
en torno a una mujer verde abrazada a un unicornio y a una mujer azul abrazada a un gallo

en lo bajo
y en lo triste
hay casitas
que nadie ve
de madera, húmedas
y hundiéndose como barcos,
¿era esto, pues, el concepto del espacio?
criaturas en dulce erección
y la mujer azul
con el ojo de la alegría enfoca directamente
la taumaturga estación de los amores muertos.

(Margarite Fernández Olmos y Lizabeth Paravisini-Gebert. El placer de la palabra. Literatura erótica femenina de América Latina. Antología crítica. México: Planeta, 1991)