El mar
Inmensidad azul. Inmensidad
patria del tiburón y el calamar;
por el temblor rumbero de tus ondas
vienes a ser el precursor del jazz…
Síntesis colosal
de mariscos, espumas and steamers.
Profundo aquel filósofo que dijo:
“Cuánta agua tiene el mar…”
¿Fue Vasconcelos?
¿Fue Bergson?
¿Fue Kant?…
Yo soy el libro
Yo soy el libro que no dice nada;
yo soy tinta y papel y nada más;
no llevaré a tu mente fatigada
ningún nuevo motivo de pensar.
¿Academias? ¿Gramática? ¿Sintaxis?
Son gendarmes de tráfico, lector.
Yo soy como automóvil que pasa por las calles
a gran velocidad
sonando el claxon y aplastando gente
y sin otra mayor finalidad.
Yo soy turiferario en los altares
de la Santísima Trivialidad.
1935 y agosto de 1944
La isla
Isla de imán
en que estrellé mi barca.
Isla inhospitalaria en que viví
al margen de tus bosques, en la playa
por escuchar el llanto
largo y desolador de la resaca.
¿Recuerdas? Naufragamos.
De noche la resaca
parecía el estertor
del mundo en agonía.
Perlas del mar
que prodigiosamente
en tu virgíneo litoral
pusieron la
férvida inocencia de su oriente.
A veces,
las estrellas
destilaban
la luz letal
de tus pupilas mías.
Náufrago irremisible,
ya no enciendo
fogatas en la playa.
Tal vez pase a la vista
algún liberador
barco fantasma.
Pero lejos de ti
a dónde puedo ir…
s. f.
Invocación a la Virgen de Guadalupe y a una señorita del mismo nombre: Guadalupe…
Hay gente mala en el país,
hay gente
que no teme al señor omnipotente,
ni a la beata, ni al ínclito palurdo
que da en diezmos la hermana y el maíz.
Adorable candor el de la joven
que un pintor holandés puso en el burdo
ayate de Juan Diego.
El sex-appeal hará que se la roben
en plena misa y a la voz de fuego.
Tórrido amor,
amor no franciscano el que le brinda
año por año turbulenta plebe
mientras pulque y fervor
en frescos jarros de Oaxaca, bebe.
Una reminiscencia: Guadalupe
era tibia y redonda, suave y linda.
Otra reminiscencia:
a ella fui como el toro a la querencia,
por ella supe todo cuanto supe.
Negra su cabellera, negra, negra,
negros sus ojos,
negros como la fama de una suegra,
tan lúcidos provocan y tan propios
el guiño adusto de los telescopios.
Vestida de verde toda
iba -excepto los labios rojos
y los dientes- vestida de verde-oruga,
verde-esperanza o lechuga,
verde-moda.
El indio grave que a brazadas llega
mar cruzando, picada de aspereza,
a su santuario;
y la mujer infame que navega
con virtuosa bandera de corsario…
Ojos dieran, los ojos de la cara
sólo porque a la vuelta de una esquina
la pequeña sonrisa que ilumina
de luz ultraterrestre su cabeza,
les bañara…
La flapper y el atleta
piernas dieran -milagros de oro y plata-
si la cara
ternura de esta Virgen les bañara
al llegar a la cama o a la meta.
Manos de oro colgara
manos, el acreedor hipotecario
colgara, y el ladrón y el funcionario
si sus ojos veteados de escarlata
esta risa una vez iluminara.
Amapolas
que en un suspiro se deshojan solas;
testimonios fehacientes de mi fe;
rosas inmarcesibles… por un día
opio de teponaxtle y chirimía.
Anhelantes de sed y de impotencia
en turbias fuentes beberemos ciencia…
¿para qué…?
Si el caramelo que mi boca chupe
será siempre tu nombre: Guadalupe…
(R. Leduc. Obra literaria. México: FCE, 2000)