Eduardo Lizalde

Dicen que el amor embellece

Y es cierto:
yo la vi embellecer contra mi vida
y no logré nunca volverla menos joven
ni menos bella en mi favor.
El amor embellece
y nadie lo detiene, en esos casos.
Yo la vi embellecer,
con mala envidia,
sin pizca de literatura:
la vi afinar el texto marfilino
de su fisonomía,
vi andar la primavera por su piel
en dos semanas —y era enero—;
vi sus senos medianos florecer,
los troncos de sus muslos redondear,
su pelo en sedas de ceñida flama
desplegarse;
vi la vida crecer en torno suyo
como en invernadero de carnes opulentas
y florales,
y vi de cerca, junto a sus mejillas,
que el vello como trigo pequeñísimo
se doraba
al sol y al viento de otros dedos.
En algo han de tener razón los religiosos:
¿cómo tanta belleza en esos montes
y cascadas?
¿quién ama el mundo
cuando logra ser bello?

Poema

Todo poema
es su propio borrador.
El poema es sólo un gesto,
un gesto que revela lo que
no alcanza a expresar.
Los poemas
de perfectísima factura,
lo más grandes,
son exclusivamente
un manotazo afortunado.
Todo poema es infinito.
Todo poema es el génesis.
Todo poema nuevo
memoriza el futuro.
Todo poema está empezando.

Amor

Para Pilar Orraca

La regla es esta:
dar lo absolutamente imprescindible,
obtener lo más,
nunca bajar la guardia,
meter el jab a tiempo,
no ceder,
y no pelear en corto,
no entregarse en ninguna circunstancia
ni cambiar golpes con la ceja herida;
jamás decir “te amo”, en serio,
al contrincante.
Es el mejor camino
para ser eternamente desgraciado
y triunfador
sin riesgos aparentes.

Verso

Uno cava en el verso,
hunde la pluma en él
hasta que corren las primeras gotas
de sangre por la página.

Pero el verso no corre.
Se queda ahí, parado.
Nadie lo lee o conoce.

Se escucha el ay de imprenta
que multiplica el verso
por mil o cinco mil.

Ya impreso,
la burla es más graciosa:
otras mil veces no será leído.

No sirve de otro modo

No importa que sea falso:
cuanto tú quieras verme unos minutos
vive conmigo para siempre.

Cuando simplemente quieras
hacer bien el amor
entrégate a mi cuerpo
como si fuera el tuyo
desde el principio.

De otro modo, no sirve:
sería como prostituirse
el uno con el otro;
haríamos de todo esto
un gratuito burdel de dos personas.

 (E. Lizalde. Antología impersonal. Lecturas mexicanas 20. Segunda serie. México: SEP, 1986)