Charles Bukowski

la tragedia de las hojas

me desperté y todo estaba seco, los helechos muertos,
las plantas en macetas, amarillentas;
mi mujer se había largado
y las botellas vacías me rodeaban
como cadáveres desangrados, inútiles;
pero el sol seguía brillando
y la nota de la casera, apergaminada, se coló
sin esfuerzo; lo que hacía falta
era un comediante a la antigua usanza, un bufón
que bromease sobre lo absurdo del dolor;
el dolor es absurdo porque existe, nada más;
me afeité con esmero con una cuchilla usada,
había sido joven, decían
que un genio; pero
esa es la tragedia de las hojas,
los helechos muertos, las plantas muertas;
y llegué al pasillo oscuro
donde la casera me esperaba
maldiciente y resuelta,
mandándome a la mierda
mientras agitaba los brazos gordos y sudorosos
y me pedía a gritos
el alquiler
porque el mundo nos había fallado
a los dos.

número 6

apostaré por el caballo 6
una tarde lluviosa
con un café
en la mano
y el día por delante,
el viento ahuyenta
a los pequeños chochines
del tejado de la tribuna superior,
los jinetes salen
para una carrera corta
en silencio
y la lluvia tenue hace
que todo
por fin
se asemeje,
los caballos
tranquilos
antes de la batalla acalorada
y estoy debajo de la tribuna
buscando a tientas
los cigarrillos
conformándome con el café,
los caballos pasan
y se alejan con los
hombrecillos…
es fúnebre y elegante
y alegre
como las flores
al abrirse.

los basureros

ahí vienen
esos tipos
el camión gris
la radio encendida

tienen prisa

es de lo más sensual:
la barriga les cuelga
por la camisa abierta

sacan los cubos de la basura
los arrastran hasta la horquilla elevadora
y el camión los levanta chirriando
haciendo más ruido de la cuenta…

tuvieron que rellenar una solicitud
para conseguir ese trabajo
y costearse sus hogares y
conducir los coches de moda

se emborrachan los sábados por la noche

ahora corretean con los cubos de basura
bajo el sol de Los Ángeles
toda esa basura acaba en algún lugar

y se hablan a gritos

luego vuelven al camión
y se alejan hacia el mar

ninguno de ellos sabe
que existo

Cía. de Recogida de Basuras Rex

una nota de aceptación

a los 16 años
durante la Depresión
llegué a casa borracho
y toda mi ropa
—pantalones cortos, camisas, calcetines—
la maleta y las páginas de
mis relatos
estaban desperdigadas por el
jardín de la entrada y toda la
calle.

mi madre esperaba
detrás de un árbol:
—Henry, Henry, no
entres… te va
a matar, ha leído
tus cuentos…

—le daré de
hostias…

—Henry, por favor coge
esto… y
búscate una habitación

pero le preocupaba
que yo no
terminara el instituto
así que acababa
volviendo.

una tarde entró
con uno de mis relatos
(que nunca
le había pedido
que leyese)
y dijo, “es
un buen cuento”.
y le dije, “vale”,
y me lo pasó
y lo leí.
era la historia de
un hombre rico
que se había peleado con
su mujer y había
salido de noche
a tomarse un café
y había observado a
la camarera y las cucharillas
y los tenedores y los saleros
y los pimenteros
y el cartel de neón
de la ventana
y luego había vuelto
al establo
para ver y acariciar a su
caballo favorito
que de repente
lo mató de una coz
en la cabeza.

por algún motivo
le encontró sentido
al relato
aunque
cuando lo había escrito
no tenía ni idea
de lo que
quería decir.

así que le dije,
“vale, viejo,
quédatelo”.

y él lo cogió
y salió
y cerró la puerta.
creo que nunca nada
nos unió
tanto.

suerte

hubo una época
en que fuimos jóvenes
frente a esta
máquina…
bebíamos
fumábamos
escribíamos

fue una época
de lo más
maravillosa
y espléndida

todavía
lo es

sólo que ahora
en lugar de
acercarnos
al tiempo
el tiempo
se acerca
a nosotros

hace que cada palabra
perfore
el
papel

clara

rápida

contundente

dando vida
a un espacio
que se cierra.

una nueva guerra

ahora es una lucha diferente, combates el hastío
de la vejez,
te retiras al dormitorio, te tumbas en la cama,
apenas te queda voluntad,
ya casi es medianoche.

no hace mucho, la noche estaba a punto
de empezar, pero no llores por la juventud perdida:
tampoco fue
gran cosa.

ahora toca esperar la llegada de la muerte.
la muerte no es el problema, sino la espera.

tendrías que haber muerto hace décadas.
te infligiste excesos
desproporcionados e incesantes.
ahora es una lucha diferente, sí, pero no hay
nada de lo que lamentarse, basta
dar cuenta de ello.

la verdad, esperar la llegada de la guadaña
es hasta aburrido.

y pensar que una vez me haya ido
todo seguirá para los demás, habrá otros días,
otras noches.
perros paseando por las aceras, árboles meciéndose
en el viento.

no dejaré mucho.
tal vez algo que leer.

una flor silvestre en una carretera
precaria.

París en la oscuridad.

(Ch. Bukowski. Bukowski esencial: poesía. Ed. y trad. Abel Debritto. 2a ed. Madrid: Visor Libros, 2019)

qué quieren

Vallejo escribiendo sobre
la soledad mientras se muere
de hambre;
la oreja de Van Gogh rechazada por una
puta;
Rimbaud huyendo a África
buscando oro y encontrando
una sífilis incurable;
Beethoven quedándose sordo;
Pound arrastrado por las calles
dentro de una jaula;
Chatterton comiendo veneno para ratas;
el cerebro de Hemingway derramándose en
un jugo de naranja;
Pascal rebanándose las muñecas
en una tina de baño;
Artaud encerrado por su locura;
Dostoievsky en el paredón de fusilamiento;
Crane lanzándose a las aspas de un barco;
Lorca baleado en el camino por tropas
españolas;
Berryman saltando de un puente;
Burroughs disparándole a su esposa;
Mailer acuchillando a la suya.
esto es lo que ellos quieren:
un dios maldito
que muestre un anuncio de neón
en medio del infierno.
esto es lo que ellos quieren,
montón de
estúpidos
dispersos
seguros
tristes
admiradores de
carnavales.

solitario con todos

a la carne que cubre el hueso
le ponen una mente
y a veces un alma,
y las mujeres avientan
floreros contra las paredes
y los hombres beben
demasiado
y ninguno encuentra al
otro
pero se mantienen
observando
arrastrándose dentro y fuera
de la cama.
la carne cubre
al hueso pero la
carne busca algo
más que carne.

no hay otra salida:
todos estamos atrapados
por un singular
destino.

nadie encuentra
al otro.

la ciudad está llena de melancólicos
de basureros llenos
de manicomios llenos
de hospitales llenos
de cementerios llenos
nada más está lleno.

señales de tránsito

los viejos amigos del pueblo juegan
en el parque contemplando el mar
haciendo marcas en el cemento
con bastones de madera.
juegan cuatro, dos de cada lado
mientras 18 ó 20 se sientan
bajo el sol y miran
los observo cuando me dirijo
hacia un edificio público
mientras arreglan mi coche.

hay un viejo cañón en el parque
oxidado e inútil.
seis o siete veleros surcan
mar abajo.

termino mis deberes
salgo
y siguen jugando.

una de las mujeres está exageradamente
maquillada
usa pestañas postizas y fuma
cigarro.
los hombres son muy delgados
muy pálidos
llevan relojes de mano que hieren
sus muñecas.

hay otra mujer muy gorda
que ríe estúpidamente
cada vez que alguien logra un punto
algunos de ellos son de mi edad.

me repugna
la forma en que esperan la muerte
con la misma pasión
que una señal de tránsito.

es el tipo de gente que cree en los comerciales
es el tipo de gente que compra dentaduras postizas
a crédito
es el tipo de gente que celebra los días festivos
es el tipo de gente que tiene nietos
es el tipo de gente que vota
es el tipo de gente que a quien le hacen funerales.

Son como la muerte
el esmog
el aire hediondo
la lepra.

finalmente.
así es la mayoría de la gente.

las gaviotas son mejores
las algas marinas son mejores
la arena sucia es mejor

si pudiera dirigir ese viejo cañón
hacia ellos
y hacerlo estallar
lo haría

me repugnan.

(Ch. Bukowski. El amor es un perro infernal. Selec. y trad. Víctor M. Carrillo. México: Ediciones del Milenio, 1999)