La ofrenda
Mi amada es una tierra agradecida.
Jamás se pierde lo que en ella se siembra.
Toda fe puesta en ella fructifica.
Aun la menor palabra en ella da su fruto.
Todo en ella se cumple, todo llega al verano.
Cargada está de dádivas, pródiga y en sazón.
En sus labios, la gracia se siente agradecida.
En sus ojos, su pecho, sus actos, su silencio.
Le he dado lo que es suyo, por eso me lo entrega.
Es el altar, la diosa y el cuerpo de la ofrenda.
Siesta anaranjada
No te levantes, temo
que el mundo siga ahí.
Las nubes imponentes,
el encinar umbrío,
los helechos en paz.
Todo tan claro
que da miedo.
Ipanema
El mar insiste en su fragor de automóviles.
El sol se rompe entre los automóviles.
La brisa corre como un automóvil.
Y de pronto, del mar, gloriosamente,
chorreando espumas, risas, desnudeces,
sale un automóvil.
Alucinaciones
Él vio pasar por ella sus fantasmas.
Ella se estremeció de ver en él sus fantasmas.
Él no quería perseguir sus fantasmas.
Ella quería creer en sus fantasmas.
Montó en ella, corrió tras sus fantasmas.
Ella lloró por sus fantasmas.
Elogio de lo mismo
¡Qué extraño es lo mismo!
Descubrir lo mismo.
Llegar a lo mismo.
¡Cielos de lo mismo!
Perderse en lo mismo.
Encontrarse en lo mismo.
¡Oh, mismo inagotable!
Danos siempre lo mismo.
(G. Zaid. Reloj de sol. México: Random House Mondadori, 2009)