No es que muera de amor…
No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.
Muero de ti y de mí, muero de ambos,
de nosotros, de ese,
desgarrado, partido,
me muero, te muero, lo morimos.
Morimos en mi cuarto en que estoy solo,
en mi cama en que faltas,
en la calle donde mi brazo va vacío,
en el cine y los parques, los tranvías,
los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza
y mi mano tu mano
y todo yo te sé como yo mismo.
Morimos en el sitio que le he prestado al aire
para que estés fuera de mí,
y en el lugar en que el aire se acaba
cuando te echo mi piel encima
y nos conocemos en nosotros, separados del mundo,
dichosa, penetrada, y cierto, interminable.
Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos
entre los dos, ahora, separados,
del uno al otro, diariamente,
cayéndonos en múltiples estatuas,
en gestos que no vemos,
en nuestras manos que nos necesitan.
Nos morimos, amor, muero en tu vientre
que no muerdo ni beso,
en tus muslos dulcísimos y vivos,
en tu carne sin fin, muero de máscaras,
de triángulos obscuros e incesantes.
Me muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra muerte, amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas,
inconsolable, a gritos,
dentro de mí, quiero decir, te llamo,
te llaman los que nacen, los que vienen
de atrás, de ti, los que a ti llegan.
Nos morimos, amor, y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.
Lo primero que hay que decir
Lo primero que hay que decir
es esta dulce, esta llorosa arena
cayendo de las manos,
este tiempo, estos días,
este fluir obscuro, inexorable,
y este bendito corazón profundo,
manantial de la muerte, y estos ojos
que no alcanzan a ver ya nada, nada.
¡Qué tristeza, qué fiesta,
qué soledad!
Nadie ha de verlo, nadie
al lugar de los árboles obscuros
podrá llegar; nadie a la espesa sombra
donde el agua flotante, inextinguible
extiende redes; nadie podrá hablar.
Hay un muerto que puede oír las voces de los que
quiere.
Hay una isla a donde llegan pájaros y cartas.
Hay un cementerio de mujeres en un lugar de abril.
No puedo regresar.
Digo que ya no puedo regresar.
Me doy cuenta de que me faltas
Me doy cuenta de que me faltas
y de que te busco entre las gentes, en el ruido,
pero todo es inútil
Cuando me quedo solo
me quedo más solo
solo por todas partes y por ti y por mí.
No hago sino esperar.
Esperar todo el día hasta que no llegas.
Hasta que me duermo
y no estás y no has llegado
y me quedo dormido
y terriblemente cansado
preguntando.
Amor, todos los días.
Aquí a mi lado, junto a mí, haces falta.
Puedes empezar a leer esto
y cuando llegues aquí empezar de nuevo.
Cierra estas palabras como un círculo,
como un aro, échalo a rodar, enciéndelo.
Estas cosas giran en torno a mí igual que moscas,
en mi garganta como moscas en un frasco.
Yo estoy arruinado.
Estoy arruinado de mis huesos,
todo es pesadumbre.
Al pie del día
Al pie del día,
de la mano de una madre estelar,
mi corazón sonríe y espera.
Como esos niños de ojos grandes y misteriosos,
tocado de gracia, mi corazón
mira en las cosas las profecías cumplidas.
Dueño de mi corazón que me sostiene,
estoy pensando en el riguroso vivir
mientras la hora desciende hasta la soledad radical
de mis huesos sobrevivientes.
Esta es mi substancia comunicada,
ni dentro ni fuera de mí, yo mismo,
un mismo aire, yo, surtidor del mundo.
Soy exacto en el contorno de todas las cosas,
aunque a veces sólo sé que soy un hombre,
este hombre, esta limitación.
(J. Sabines. Poesía, nuevo recuento de poemas. Lecturas mexicanas 27. Segunda serie. México: Joaquín Mortiz / SEP, 1986)