La poesía
Para escribir poemas,
para ser un poeta de vida apasionada y romántica
cuyos libros están en las manos de todos
y de quien hacen libros y publican retratos los periódicos,
es necesario decir las cosas que leo,
esas del corazón, de la mujer y del paisaje,
del amor fracasado y de la vida dolorosa,
en versos perfectamente medidos,
sin asonancias en el mismo verso,
con metáforas nuevas y brillantes.
La música del verso embriaga
y si uno sabe referir rotundamente su inspiración
arrancará las lágrimas del auditorio,
le comunicará sus emociones recónditas
y será coronado en certámenes y concursos.
Yo puedo hacer versos perfectos,
medirlos y evitar sus asonancias,
poemas que conmuevan a quien los lea
y que les hagan exclamar: “¡Qué niño tan inteligente!”
Yo les diré entonces
que los he escrito desde que tenía once años:
No he de decirles nunca
que no he hecho sino darles la clase que he aprendido
de todos los poetas.
Tendré una habilidad de histrión
para hacerles creer que me conmueve lo que a ellos.
Pero en mi lecho, solo, dulcemente,
sin recuerdos, sin voz,
siento que la poesía no ha salido de mí.
Amor
Amar es este tímido silencio
cerca de ti, sin que lo sepas,
y recordar tu voz cuando te marchas
y sentir el calor de tu saludo.
Amar es aguardarte
como si fueras parte del ocaso,
ni antes ni después, para que estemos solos
entre los juegos y los cuentos
sobre la tierra seca.
Amar es percibir, cuando te ausentas,
tu perfume en el aire que respiro,
y contemplar la estrella en que te alejas
cuando cierro la puerta de la noche.
Las ciudades
En México, en Chihuahua,
en Jiménez, en Parral, en Madera,
en Torreón,
los inviernos helados y las montañas claras,
las casas de la gente,
los grandes edificios en que no vive nadie
o los teatros a los que acuden y se sientan
o la iglesia donde se arrodillan
y los animales que se han habituado a la gente
y el río que pasa cerca del pueblo
y que se vuelve turbulento con la lluvia de anoche
o el pantano en que se crían las ranas
y el jardín en que se abren las maravillas
todas las tardes, a las cinco, cerca del quiosco
y el mercado lleno de legumbres y cestas
y el ritmo de los días y el domingo
y la estación del ferrocarril
que a diario deposita y arranca gentes nuevas
en las cuentas de su rosario
y la noche medrosa
y los ojos de Santa Lucía
en el quitasol de la sombra
y la familia siempre
y el padre que trabaja y regresa
y la hora de comer y los amigos
y las familias y las visitas
y el traje nuevo
y las cartas de otra ciudad
y las golondrinas al ras del suelo
o en su balcón de piedra bajo el techo.
Y en todas partes
como una gota de agua
mezclarse con la arena que la acoge.
Elegía
Los que tenemos unas manos que no nos pertenecen,
grotescas para la caricia, inútiles para el taller o la azada,
largas y fláccidas como una flor privada de simiente
o como un reptil que entrega su veneno
porque no tiene nada más que ofrecer.
Los que tenemos una mirada culpable y amarga
por donde mira la Muerte no lograda del mundo
y fulge una sonrisa que se congela frente a las estatuas
desnudas
porque no podría nunca cerrarse sobre los anillos de oro
ni entregarse como una antorcha sobre los horizontes del
Tiempo
en una noche cuya aurora es solamente este mediodía
que nos flagela la carne por instantes arrancados a la
eternidad.
Los que hemos rodado por los siglos como una roca
desprendida del Génesis
sobre la hierba o entre la maleza en desenfrenada carrera
para no detenernos nunca ni volver a ser lo que fuimos
mientras los hombres van trabajosamente ascendiendo
y brotan otras manos de sus manos para torcer el rumbo
de los vientos
o para tiernamente enlazarse.
Los que vestimos cuerpos como trajes envejecidos
a quienes basta el hurto o la limosna de una migaja que
es todo el pan y la única hostia
hemos llegado al litoral de los siglos que pesan sobre
nuestros corazones angustiados
y no veremos nunca con nuestros ojos limpios
otro día que este día en que toda la música del universo
se cifra en una voz que no escucha nadie entre las palabras
vacías
y en el sueño sin agua ni palabras en la lengua de la arcilla
y del humo.
1962
Rosa del aire, pétalo vencido;
onda en el mar del Tiempo sin arena;
caricia, sed, espuma, gloria, pena;
breve fulgor del astro presentido.
Día fugaz apenas poseído,
que forja y bruñe grávida cadena;
triunfo que en la memoria se enajena,
posesión del recuerdo en el olvido.
Polvo, ceniza; fuego consumido
en luz trocado fúlgida, serena;
náufrago a rocas húmedas asido.
Año: tesoro, cripta, cuna, vena;
de cuantos dones hayas, sólo pido
la mano amiga, de ternura llena.
Aritmética
Yo busco los árboles cómodos
y aguardo. Sé percibir
los segundos, mas sin contarlos.
—¿Hay más números?— Uno es
uno mismo y uno único.
Ellos vienen atrás apenas
o abajo —¿hay lugares?—
Y contemplan cada color
y se asombran de sus sentidos.
¡Yo fui tan aprisa que tuve
la luz!
Mas hoy sé que hay tan solo siete
colores y cinco sentidos…
Y sé que el sol, la noche, el alba…
El sol juega a esconderse. Oigo
el eco de su grito impúber
(la luna llega tras el sol).
(S. Novo. Poesía. 2a. ed. México: FCE, 2004)
Mi vida es como un lago
Mi vida es como un lago taciturno.
Si una nube lejana me saluda,
si hay un ave que canta, si una muda
y recóndita brisa
inmola el desaliento de las rosas,
si hay un rubor de sangre en la imprecisa
hora crepuscular,
yo me conturbo y tiendo mi sonrisa.
¡Mi vida es como un lago taciturno!
Yo he sabido formar, gota por gota
mi fondo azul de ver el universo.
Cada nuevo rumor me dio su nota,
cada matiz diverso
me dio su ritmo y me enseñó su verso.
Mi vida es como un lago taciturno…
El amigo ido
Me escribe Napoleón:
“El colegio es muy grande,
nos levantamos muy temprano,
hablamos únicamente inglés,
te mando un retrato del edificio…”
Ya no robaremos juntos dulces
de las alacenas, ni escaparemos
hacia el río para ahogarnos a medias
y pescar sandías sangrientas.
Ya voy a presentar sexto año;
después, según todas las probabilidades,
aprenderé todo lo que se deba,
seré médico,
tendré ambiciones, barba, pantalón largo…
Pero si tengo un hijo
haré que nadie nunca le enseñe nada.
Quiero que sea tan perezoso y feliz
como a mí no me dejaron mis padres
ni a mis padres mis abuelos
ni a mis abuelos Dios.
(S. Novo. Antología personal. Poesía, 1915-1974. México: CNCA, 1991)