A Hércules
Enterrado en el sueño de la infancia
yacía como el hierro en la mina;
¡Gracias, Hércules mío, del niño
has hecho un hombre.
Estoy maduro para el trono,
irrumpen poderosos y grandes
hechos, como rayos del hijo de Cronos,
de las nubes de mi juventud.
Como el águila lleva a sus crías
en cuanto prende una chispa en sus ojos
por el éter dichoso
en osadas migraciones,
tú me levantas de la cuna,
de la mesa y casa maternas,
a las llamaradas de tus guerras,
oh sumo semidiós.
¿Creíste que tu carro de combate
resonaría en vano en mis oídos?
Cada trabajo que hiciste
exaltó mi alma.
Verdad es que el discípulo pagó;
dolorosamente quemaron tus rayos
mi pecho, oh luz orgullosa,
pero no lo consumieron.
Si, para las olas de tu destino,
supremas fuerzas divinas,
nadador valiente te criaron,
¿qué me formó para la victoria?
¿Qué llamó al sin padre
sentado en la sala oscura,
a lo divino y lo grande,
para que osado te hiciera su modelo?
¿Qué me cogió y arrancó del encanto
de los juegos?
¿Qué indujo a las ramas del arbusto
a elevarse hacia la luz del éter?
No hubo amistosa mano de jardinero
interesada en la joven vida,
pero gracias al propio afán,
miré y crecí hacia el cielo.
Hijo de Cronos, a tu lado
comparezco, con sonrojo,
el Olimpo es conquista tuya,
¡ven y pártela conmigo!
Cierto es que nací mortal,
pero inmortalidad
se ha jurado mi alma,
y cumplirá mandado.
Plegaria
Bendito ser, qué de veces inquieté
tu divina calma dorada, y cuánto supiste
por mí del oculto
y hondo dolor de vivir.
¡Olvídalo y perdona! Me iré semejante
al nublado ante la luna apacible,
y quedarás resplandeciente en tu belleza,
de nuevo, ¡dulce luz!
Aquiles
Espléndido hijo de los dioses, cuando privado de tu amada
fuiste a la orilla del mar y le lloraste al oleaje,
quejoso ansiaba ir tu corazón al abismo bendito,
al silencio, lejos del ruido de los barcos,
lejos y hondo bajo las olas, donde mora en gruta gozosa
la bella Tetis, la que te protegía, la diosa del mar.
Ella, poderosa diosa que tiernamente amamantó
al niño en la costa rocosa de su isla, era la madre
del joven y lo crió para héroe,
con la canción bravía de las olas y el baño vigorizante.
Y la madre acogió la queja del joven,
afligida ascendió del fondo del mar como una nubecilla,
aplacó con tiernas caricias los dolores de su querido,
y este oyó cómo ella cariñosa prometía ayudarle.
¡Vástago divino! si yo fuera como tú, podría confiar
a uno de los celestiales la queja por mi secreto padecer.
Pero no veré tal cosa, y habré de soportar la afrenta como si
no fuera nada para aquella que me recuerda entre lágrimas.
Pero, dioses benévolos, vosotros escucháis cada súplica humana,
y yo, oh bendita luz, te amo profunda y devotamente,
desde que vivo, y a ti tierra, y a tus fuentes y bosques,
y a ti padre éter, a quien mi corazón añora con deseo puro,
aplacad, oh benévolos, mi sufrimiento,
para que mi alma no enmudezca, ay, demasiado pronto,
para que viva y os dé gracias, sumas potencias celestiales,
con un canto piadoso en el día que huye,
gracias por el bien pasado, por la alegría de la juventud ida,
y acoged benignos al solitario.
(F. Hölderlin. Poemas. Trad. e introd. Eduardo Gil Bera. Pról. Félix de Azúa. Barcelona: Lumen, 2012)
Buen consejo
¿Posees talento y corazón?
Muéstranos uno u otro,
Pues a los dos reprobarían
si los mostraras juntos.
Advocatus Diaboli
Odio profundamente la turba de los grandes señores
y de los sacerdotes,
pero más odio al genio que se compromete con ellos.
La mañana
El césped brilla con el rocío, reavivado,
la fuente desborda. El abedul inclina
su cabeza movediza, y la enramada
está llena de ruidos y fulgores. Allá se ven
grises nubes aureoladas de llamas rosas
que anuncian el día y ascienden sin ruido,
como el oleaje que golpea la orilla,
así ellas suben poco a poco, cada vez más alto,
cambiantes siempre.
¡Ven, dorado día, ven y no te apresures
en llegar al zenit!
Porque mi mirada vuela mejor y más confiada
en ti, sol de alegría,
en el momento en que empiezas a brillar,
ni demasiado deslumbrante, aún, ni demasiado altivo.
Te dejaría apresurar tu órbita, divino viajero,
si pudiera seguirte… Ah, te hace sonreír
el gracioso atrevido que pretende igualarte.
Pero bendice antes mis obras mortales
y vuelve como siempre lo haces, dios generoso,
a regocijar mi calmo sendero.
(F. Hölderlin. Poesía completa. Trad. Federico Gorbea. Barcelona: Ediciones 29, 1977)