Óscar Oliva

Ahogo en un vaso de agua

De la ceguera vengo,
arcaico,
inarmónico,
inagotable por las cuestas del ajo,
alegre,
medio borracho,
bullente de grifos y géyseres,
dando la impresión de un cometa desgarbado.

Me descuelgo del perejil
por un bejuco de luciérnagas:
quedo a la altura de los topos,
embarrado de luciérnagas.

Bajo por la punta de un alfiler.
Soy el primer eslabón o punto de un círculo,
clamo adentro de ese círculo,
trato de romperlo,
con un gesto,
con los dientes.

Pero es inútil. Me ahogo.
Hay que comenzar de nuevo, hasta la desesperación:
de la ceguera vengo, voy a la ceguera,
dando la impresión de un hacha jorobada…

Estatua en el mar

En esta imagen buceo.

Veo herraduras que se cierran
por encima del espacio inflamado.

Un ventarrón es un pan en la punta de mi lengua.

Innumerables orejas se reparten.

Con un pequeño esfuerzo escucho al mar
que está a más de cien kilómetros de aquí.
Casi puedo tocarlo.
También subo por sus manos.
De pronto una red me envuelve,
arpones se hunden en mi carne;
pescadores me injurian,
me descuartizan,
me dejan junto a pedazos
de cachalotes y delfines.

La fatiga del diamante con las piernas abiertas.

En este encandilamiento
vivo ennegrecido.
Alacranes lamen la sal de mis huellas.
Y vuelvo a convertirme en serpiente
para dormir en el ombligo del cadáver que velo,
o más arriba, en sus axilas,
para depositar los huevecillos
que han de abrirse por mi sola y larga presencia.

Lección de ojos

Los ojos caminan con el cuerpo a cuestas,
hablando en voz alta,
para que las palabras les abran paso
por los matorrales.

He llegado
al mismo sitio de donde partí,
pues estas piedras que reconozco
aún están calientes
y respiro el mismo aire
con la fatiga de ayer.

La última palabra que dije
ha completado el mismo círculo que yo,
y con la testa me empuja haciéndome caminar.

Las manos hacia adelante reconocen esto,
se sumergen antes de que el cuerpo llegue
a esta apariencia.

Otra vez las piedras
estiran el cuello,
olfateando mi partida.

Lección de viaje

Sigo a mi voz;
a veces camino
junto a ella,
para ser dos
de cualquier manera.

A la ley del deseo,
el ruido de sus plumas
sucumbe en la comisura
por donde respiro
y labra el frío
carta de navegación,
escritura líquida.

De pronto ella enmudece
y yo desaparezco en el acto.

Decreto

Este libro vivirá, o parasitará, durante años, en estado de sitio, decretado por mí.
O será totalmente ignorado. Frente a su puerta he dejado una señal, para que se
sepa a quién se ha de lapidar. A este único artículo se le dará el debido
cumplimiento. Y lo comunico a quien sea, para su inteligencia y fines consiguientes.
¿Quién arroja la primera piedra?

(Ó. Oliva. Estado de sitio y otros poemas. Lecturas mexicanas 37. Segunda serie. México: Joaquín Mortiz / SEP, 1986)

Leonard Cohen

No hay tiempo para cambiar

No hay tiempo para cambiar
La mirada atrás
Es demasiado tarde
Mi dulce libro

Demasiado tarde para que los hombres
Se avergüencen
De lo que hacen
Con las llamas desnudas

Demasiado tarde para caer
Sobre mi espada
No tengo espada
Estamos en 2005

¿Cómo me atrevo a preocuparme
Por tantos quehaceres?
Oh dulce libro
Llegas demasiado tarde

No entendiste nada
De la poesía
Sólo trata de ellos
No de mí

Dimensiones del amor

A veces oigo cómo te paras de golpe
cambias de dirección
y vienes hacia mí
es como un crujido
Mi corazón salta para recibirte
para recibirte en el aire
llevarte de vuelta a casa
y reanudar nuestra larga vida juntos
Entonces recuerdo
las infranqueables dimensiones del amor
y me preparo
para las consecuencias de la memoria
y el anhelo
pero la memoria con su lista de años
se hace a un lado con elegancia
y el anhelo se arrodilla
como un ternero
en la paja del asombro
y durante el momento necesario
para mantener tu muerte viva
nos refrescamos
en nuestra mutua compañía eterna

Poema de Roshi

Siempre que escucho
El sonido embotado
En la noche profunda
¡Oh Madre!
Vuelvo a encontrarte.

Siempre que estoy
Bajo la luz
Del cielo inconsútil
¡Oh Padre!
Inclino la cabeza.

El sol se pone
Se disuelven nuestras sombras
Los pinos se oscurecen
¡Oh Cariño!
Debemos ir a casa.

Cuando el deseo descansa

Sabes que te estoy mirando
sabes lo que pienso
sabes que te interesa
soy muy hábil
olvidarás que soy viejo
salvo que quieras recordarlo
salvo que quieras ver
lo que le pasa al deseo
lo libre que se vuelve
su desvergonzada implicación en el amor
a cada mujer
            y sus medias.
Cuando el deseo descansa,
dos personas le hacen señas
a lo lejos en una manta verde
(¿o son las flores del musgo?);
dos personas que le dicen adiós
estiradas como cosas
                        puestas a secarse
con tiernas sonrisas en sus
                        caritas redondas;
saludan con la mano al deseo
que descansa en primer término
en forma de una estribación, tranquilo,
devoto como un perro hecho de lágrimas.

En mis rezos pido valor

En mis rezos pido valor
Ahora que soy viejo
Para saludar al frío
Y la enfermedad

En mis rezos pido valor
En la noche
Para llevar la carga
Aligerarla

En mis rezos pido valor
Para el momento
En que llegue el sufrimiento y
Empiece su escalada

En mis rezos pido valor
Al final
Para ver llegar la muerte
Como una amiga

(L. Cohen. La llama. Poemas. Letras de las canciones. Cuadernos. Dibujos. Trad. del inglés Alberto Manzano Lizandra con la colaboración de Terry Berne. Barcelona: Ediciones Salamandra, 2018)

Elva Macías

Invasión de alas

Aves que no vuelan
          han invadido la ciudad

Dan pequeños saltos
          apenas tocan los adoquines

Oscurecen la plaza
          como papeles quemados

Sobre nuestros monumentos
          hacen irreverencias

Se zambullen en la fuente
          sacuden sus alas
          toman sol

Algunas se posan en los quicios
          como los grajos de un escudo
          y nos vigilan

La gente
          resignada ante la invasión
          ha empezado a buscar
          sus mejores granos para alimentarlas

Zona de desastre

Cae una gota de tinta en el mapa
          y se convierte en un lago

Se anegan casas sembradíos
          familias enteras de hombres y animales
                              desaparecen por mi descuido

A los bordes del lago
          llegan hormigas de la salvación
                    saben cómo organizar el acarreo

A los que logran salvar
          les cambian el nombre para siempre

Supe que al mover el tintero
                    podía desatar un desastre

He alterado la geografía
          he de beber la tinta
                    de esta corriente oscura

La memoria te inscribe en la leyenda

La memoria te inscribe en la leyenda.
Y por esa dicha de haberte cuidado
como el hijo varón que nunca tuve,
después de tu traición te consuelo y resguardo.
Niño deseado por todos,
como hechizado inicias la marcha
y a tu galope, no emboscadas, no ejércitos,
ni fieras salvajes se enfrentan.
Sólo encrucijadas:
El peine que tu amada tiró
se vuelve un zarzal inextricable,
espinas que partirán tus brazos.
El espejo en que tu madre contempló su
     desencanto,
será un lago de agitadas aguas que cruzará tu
     barca.
La espada que abandonó tu padre
abrió al caer de tajo un precipicio
que librarán tus pasos.

Desde la almena donde hilo la red
en el insomnio,
te prevengo de las trampas de tu destino.

(Antología. La poesía del siglo XX en México. Ed. Marco Antonio Campos. Epílogo Luis García Montero. Madrid: Visor Libros, 2009)