Elvira Sastre

Rescate

Si no existieras tú,
si fueras, no sé,
un tirabuzón trenzado,
una dicotomía entre tu palma y tu cuerpo,
ganas que se quedan en ganas.
Si fueras, cómo decirlo,
alguien que se ajusta a los límites de los días,
una sospecha,
un intento.

Si no existieras tú,
si fueras otra cosa
con tu misma cara, voz y manos,
pero otra cosa,
en mi fin y en tu cabo,
te atravesaría entera,
te rompería las barreras,
te cruzaría de norte a sur pisando tu brújula
como el náufrago que traspasa bosques para llegar
                                       al mar
y te habitaría con mis barcos
en la proa de tu esencia
esperando
sin ningún tipo de duda
ni tiempo
el rescate.

Tres mil latidos y doscientos litros de sangre

Si pudiera multiplicarme
pasearía contigo
dándote las dos manos.

Quiero decir,
si pudiera ser dos yo,
yo dos veces
—entiéndeme—,
un alma repetida
como el rizo que se enredara entre dos dedos
y pareciera un meñique
o los labios
que abrieran paso a una lengua
que precediera a un beso
que se duplicara buscando la eternidad,
colonizaría tu hoy y tu mañana,
te esperaría donde estarías
y donde querrías estar,
te extrañaría
viendo cómo tus besos
crean goteras en mis pestañas
y al mismo tiempo te dibujaría labios
llenos de saliva
en el centro de tu dedo corazón.

Si pudiera redoblarme
nos observaría desde fuera
como quien mira a los ojos de la muerte:
con envidia.

Si pudiera estar aquí y allí
estaría en ti y en ti,
prendería fuego a Troya
mientras te regalo París,
te miraría dormir
y al mismo tiempo soñaría contigo.

Ya sabes a lo que me refiero,
si pudiera engañar a las coordenadas
crearía un mapa donde solo cupieran
tus dedos de los pies
y esta necesidad mía de seguirte a todas partes.

Si pudiera ser la misma en dos mitades,
amor,
te vestiría con el mismo nerviosismo
con el que me dejas desnudarte,
limaría mis errores
para que el tropiezo fuera suave
y sería a la vez precipicio e impulso
de todos tus miedos y sueños.

Si pudiera,
mi amor,
convertiría todo lo que ahora es singular
en plural.

Pero no puedo,
así que has de conformarte
con lo único que puedo hacer:
quererte

—no el doble, ni por dos, ni al cuadrado,
sino con la fuerza de un ejército
de tres mil latidos y doscientos litros de sangre
que queriéndote dar más de lo que tiene
te da todo lo que es—.

Infección

Infesta burla de la vida,
maldita tristeza.
Suicida alimaña
que solo busca torturar el alma
en el regocijo de su putrefacción.
Vomitivo ataque
que refugiándose en una arcada sobrevive
y se hace con el aire,
impregnando hasta el aliento de una voz.
Y ni te matan ni matas:
sólo deshaces, diluyes y destruyes.
Y aun así te salvas
en la inspiración de derruidos poetas,
manos muertas que te expulsan rotas de dolor;
en palabras destrozadas,
vomitadas en frases mordidas por el tiempo;
en miradas que sentencian muerte,

disyuntiva entre tu cuerpo y el mío.

País de poetas

Hoy a España le han dado una paliza
—el último parte indica agonía—
y llora como un cachorro abandonado en la cuneta
mientras susurra llena de pánico:
se están llenando mis puentes.
Y yo la miro
con los ojos llenos de justicia
y le digo:
aguanta, te salvaremos los supervivientes.

En la calle solo queda vivo un hambre feroz
que aterra:
el canibalismo de un capitalismo devorador.
Quien dice defendernos nos acaricia
y nos deja la cara llena de sangre
un abrazo falso duele más que una puñalada…
y lo saben.

Quieren rajar nuestras gargantas
y nutrirnos de sus restos,
atar la libertad de pies y manos y lanzarla al mar
como quien ahorca con saña los derechos humanos.
Son culpables de todo este daño
y no saldrán indemnes:
este aullido en su oído pronto se convertirá en
                                       dentellada.
Seguimos siendo salvajes humanos
dentro de su circo,
pero terminará la función y destrozaremos su
sonrisa de payaso.
Os estamos descubriendo
y la rabia fluye por nuestras venas
junto al hambre, la pobreza y la injusticia
—quien os lo iba a decir:
cabe más humanidad en estos cuerpos
que mierda en todos vuestros discursos—.

Hoy España huele a podrido,
aunque yo la siento más guapa que nunca
cuando bajo a comprar al mercado
en ese puesto que está a punto de cerrar
y me desean buen día
o cuando veo a un estudiante
ceder su asiento a una mujer con una pensión de
                                       mierda
que sonríe con esa resignación
de quien ha vivido de paz a guerra de paz a guerra
                                       de paz a guerra de paz a…
Parece que cada mañana el pueblo grita:
“Nos quedamos para salvarte,
España”
Y el pueblo nunca miente.

Y vosotros escuchad,
soltad los hilos corruptos de vuestras manos
y mirad hacia abajo
cerrad vuestra boca llena de humo negro
y abrid bien vuestros oídos viciosos:
solo aquel que no tiene nada tiene todo.
Nos habéis convertido en el ejército más poderoso:
ese que no tiene nada que perder.
Y vamos a por vosotros,
armados hasta los dientes de valor,
escudados con una resistencia caníbal
y con un amor violento por la supervivencia.

Jamás debisteis usar a las palabras en vano:
vivís un un país lleno de poetas.

Nunca olvides que eres un pájaro atrapado en la nieve

A mí me salva no entenderme,
pero hay unas flores preciosas creciéndote en las
                                       lágrimas,
un fuego congelándose
en la escalera que separa nuestras bocas,
arañas jugando entre mi pelo,
un estropicio latente ordenado en mis heridas,
un beso lento en la sartén
y
un
montón
de
relojes
parados
suspendidos
detenidos
atrapados
en
la
última
vez
que
miré
el
lunar
de
tu
muñeca.

(E. Sastre. Baluarte. México: Seix Barral, 2021)

Carl Sandburg

Tal vez

Tal vez me cree, tal vez no.
Tal vez me case con él, tal vez no.
Tal vez el viento de la pradera,
el viento del mar, tal vez,
alguien en alguna parte, tal vez, podría decirlo.
Recostaré mi cabeza sobre su hombro
y si él me pregunta le diré que sí,
tal vez.

El vendedor de pescado

Conozco a un judío vendedor de pescado allá abajo en Maxwell Street con un
vocerrón como el viento del norte soplando sobre los maizales en enero.
Levanta los arenques delante de sus presuntos compradores con un júbilo igual al
del baile de la Pavlova.
Su cara es la de un hombre infinitamente feliz de vender pescado, infinitamente
feliz que Dios haya creado pescados, y compradores a los que poder gritar su
mercancía desde un carrito de mano.

New Hampshire otra vez

Recuerdo oscuras aguas de invierno,
recuerdo esbeltos abetos blancos,
recuerdo soñolientas colinas en el crepúsculo,
recuerdo haber cruzado en tren a todo lo largo de New Hampshire.
Recuerdo una estación llamada “Halcón”, y un frenero gritando a los pasajeros
“Halción, Halción”.
Recuerdo haber oído decir a los sacadores de oro que apenas sacaban suficiente
para el anillo de matrimonio.
Recuerdo un apuesto muchacho diciéndome que su padre recibe cartas con sólo
la dirección “Robert Frost, New Hampshire”.
Recuerdo un viejo irlandés diciéndome: “Tiene una cara de violín y todo el que
lo ve tiene que amarlo”.
Tengo un recuerdo, dos recuerdos, diez recuerdos; tengo un pequeño envoltorio
de recuerdos en un pañuelo.
Una estrella temprana acunada en la luna
un río oscuro con un puñado de estrellas aprisionadas.
Las luces de un automóvil subiendo una colina,
un tiro de caballos arrastrando un trineo cargado de leña,
un muchacho en esquís enderezándose tras un sopapo.
Recuerdos de uno en uno y uno en uno, cruzando en tren a través de New
Hampshire: tengo un pequeño envoltorio de recuerdos en un pañuelo.

Ventanilla

La noche desde la ventanilla de un tren
es una inmensa suave cosa oscura
cortada por rayas de luz.

Diez definiciones de poesía

Poesía es una proyección en el silencio de cadencias ordenadas a romper ese silencio con definidas intenciones de ecos, sílabas, longitudes de onda.
Poesía es el diario de un animal marino, viviendo en tierra, deseoso de volar en el aire.
Poesía es una serie de explicaciones de la vida, perdiéndose en horizontes demasiados rápidos para explicaciones.
Poesía es una búsqueda de sílabas para arrojarlas a las barreras de lo desconocido y lo inconocible.
Poesía es el teorema de un pañuelo de seda amarillo anudado con acertijos, encerrado en un globo de colores atado a la cola de una cometa volando en un viento blanco contra un cielo azul en primavera.
Poesía es el silencio y la conversación entre la raíz de una flor que se debate bajo la tierra y el soleado capullo abierto de esa flor.
Poesía es el aparejo de la paradoja de la tierra acunando la vida y luego sepultándola.
Poesía es una inscripción fantasma que dice cómo son hechos los arcoiris y porqué se van.
Poesía es una síntesis de jacintos y bizcochos.
Poesía es el abrir y cerrar de una puerta, que deja conjeturando a los que miran sobre lo que se ve por un instante.

(Antología de la poesía norteamericana. Comp. y trad. José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal. México: Siglo XXI Editores, 2016)

José Luis Rivas

Volar como los pájaros
— en sueños te prometes—
Pterodáctilo que muda
las alas primigenias
el tronco corpulento

y gana la oquedad
la suave ligereza

de quien se funde en aire


Cuando vieron en Delfos
que el Apolo de los griegos
tenía forma humana
los celtas prorrumpieron
en grandes carcajadas

Desde luego, también
de mí se burlarían de enterarse
que te he dado aquí
                                    Helena
fisonomía vana de criatura
perecedera. Pero ¿cómo
podría yo, mero mortal, valerme
de recursos que excedan
mi condición efímera?

La realidad de allende la palabra
es la margen que nunca
toca, ni por naufragio, la escritura
El fracaso medida es de lo humano;
y, fracaso mediante, espero
con el mío alcanzar alguna vez
el desdén de los dioses

Sé la primera
Helena
en concedérmelo


Las muchachas cruzando
el puente sobre el río

y entre dos travesaños
puntual hendija

por la que espiamos
entre las paralelas acebradas

muslos leopardales
prendas en hiladillo

¡Y ellas reían!
con raudos movimientos

con saltos de uno en uno
y de uno en dos travesaños

pivoteando desde barandales de liana
y aferrándose luego de la blusa

o de la falda de quien iba por delante
Y en la ribera ocultos los chiquillos

entre yerbas vivaces
hasta el cielo ascendíamos

cuando un leve temblor
tañía la telaraña de aquella pasarela

La piel surcada por relámpagos
piernas entreabriendo su compás

en ballet de agria fragancia
A cada tranco espumas remolinos

el río con sus pozas
Y nuestro vívido deseo

cisne negro aleteando
entre los juncos


Alba

Mi cuerpo con el tuyo se desnuda,
Se transparece por tu piel, que ríe.
Y se cumple otra noche.
(Siempre que brota un ave de tu pubis
sobreviene el día). Sigue durmiendo,
encogida, colgada de mi cuello,
tal un racimo de caricias.


Está lloviendo río arriba, en aluviones,
sin clemencia…
      Lo sé porque las nubes han amasado con saliva
un mazacote prieto en los esteros;
      y el relámpago recorta de una tarascada
la cordillera.

      Lo sé por la reúma que aúlla en los huesos
de la abuela
      y el ruido del serrote en la muleta
del viejo marinero.

(J. L. Rivas. Paraíso para todos. Antología poética (1982-2014). Pról. Jorge Brash. México: Vaso Roto Ediciones / Conaculta, 2014)