Antonio Machado

Las moscas

      Vosotras, las familiares,
inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.
      ¡Oh, viejas moscas voraces,
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
      ¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!
      Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela,
      —que todo es volar—, sonoras
rebotando en los cristales
en los días otoñales…
Moscas de todas las horas,
      de infancia; adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada,
      de siempre… Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor
yo sé que os habéis posado
      sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.
      Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.

Hastío

      Pasan las horas de hastío
por la estancia familiar,
el amplio cuarto sombrío
donde yo empecé a soñar.
      Del reloj arrinconado,
que en la penumbra clarea,
el tictac acompasado
odiosamente golpea.
      Dice la monotonía
del agua clara al caer:
un día es como otro día;
hoy es lo mismo que ayer.
      Cae la tarde. El viento agita
el parque mustio y dorado…
¡Qué largamente ha llorado
toda la fronda marchita!

(A. Machado. Poesías completas. 26a ed. Austral 149. México: Espasa-Calpe Mexicana, 1992)

El mañana efímero

      La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y de alma quieta,
ha de tener su mármol y su día,
su infalible mañana y su poeta.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero.
Será un joven lechuzo y tarambana,
un sayón con hechuras de bolero;
a la moda de Francia realista,
un poco al uso de París pagano,
y al estilo de España especialista
en el vicio al alcance de la mano.
Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahúr, zaragatera y triste;
esa España inferior que ora y embiste
cuando se digna usar de la cabeza,
aún tendrá luengo parto de varones
amantes de sagradas tradiciones
y de sagradas formas y maneras;
florecerán las barbas apostólicas
y otras calvas en otras calaveras
brillarán, venerables y católicas.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero,
la sombra de un lechuzo tarambana,
de un sayón con hechuras de bolero,
el vacuo ayer dará un mañana huero.
Como la náusea de un borracho ahíto
de vino malo, un rojo sol corona
de heces turbias las cumbres de granito;
hay un mañana estomagante escrito
en la tarde pragmática y dulzona.
Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con una hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.
                  1913

Un loco

      Es una tarde mustia y desabrida
de un otoño sin frutos, en la tierra
estéril y raída
donde la sombra de un centauro yerra.
      Por un camino en la árida llanura,
entre álamos marchitos,
a solas con su sombra y su locura
va el loco, hablando a gritos.
      Lejos se ven sombríos estepares,
colinas con malezas y cambrones,
y ruinas de viejos encinares,
coronando los agrios serrijones.
      El loco vocifera
a solas con su sombra y su quimera.
Es horrible y grotesca su figura:
flaco, sucio, maltrecho y mal rapado,
ojos de calentura
iluminan su rostro demacrado.
      Huye de la ciudad… Pobres maldades,
misérrimas virtudes y quehaceres
de chulos aburridos, y ruindades
de ociosos mercaderes.
      Por los campos de Dios el loco avanza.
Tras la tierra esquelética y sequiza
—rojo de herrumbre y pardo de ceniza—
hay un sueño de lirio en lontananza.
      Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano!
—¡carne triste y espíritu villano!—
No fue por una trágica amargura
esta alma errante desgajada y rota;
purga un pecado ajeno: la cordura,
la terrible cordura del idiota.

(A. Machado. Campos de Castilla. Ed. José Luis Cano. México: Rei México, 1988)