Charles Baudelaire

Himno a la belleza

¿Vienes del cielo profundo o surges del abismo
oh, Belleza? Tu mirada, infernal y divina,
vierte confusamente el favor y el crimen,
y se puede, por eso, compararte al vino.

Contienes en tu ojo el poniente y la aurora;
derramas perfumes como un anochecer tormentoso;
tus besos son un filtro y tu boca un ánfora
que hacen al héroe cobarde y al niño valiente.

¿Sales de la sima negra o desciendes de los astros?
El destino hechizado sigue tus enaguas como un perro;
siembras al azar la alegría y los desastres,
y lo gobiernas todo y no respondes de nada.

Marchas sobre los muertos, Belleza, de los que te burlas;
de tus joyas el Horror no es la menos encantadora,
y la Muerte, entre tus más queridos dijes
sobre tu vientre orgulloso danza amorosamente.

El efímero deslumbrado vuela hacia ti, candela,
crepita, arde y dice: ¡Bendigamos estas luces!
El amante jadeando inclinado sobre su bella
tiene el aspecto de un moribundo acariciando su tumba.

Que vengas del cielo o del infierno, ¿qué importa,
¡oh, Belleza! ¡monstruo enorme, horroroso e ingenuo!
si tu mirar, tu sonrisa, tu pie, me abren la puerta
de un Infinito que amo y nunca he conocido?

De Satán o de Dios, ¿qué importa? Ángel o Sirena,
¡qué importa, si tú vuelves, -¡hada de los ojos de terciopelo,
ritmo, perfume, luz, oh, mi única reina!-
el universo menos horrible y los instantes menos pesados?

29

Con sus vestiduras ondulantes y nacaradas,
incluso cuando camina se creería que danza,
como estas largas serpientes que los juglares sagrados
en el extremo de sus bastones agitan con cadencia.

Como la arena triste y el azul de los desiertos,
insensibles todos dos al humano sufrimiento,
como las largas redes de la ola de los mares,
ella se desenvuelve con indiferencia.

Sus ojos pulidos están hechos de minerales encantadores,
y en esta naturaleza extraña y simbólica
donde el ángel inviolado se mezcla con la esfinge antigua,

donde todo únicamente es oro, acero, luz y diamantes,
resplandece para siempre como un astro inútil
la fría majestad de la mujer estéril.

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La oración de un pagano

¡Ay, no detengas tus llamas;
recalienta mi corazón entumecido,
¡voluptuosidad, tortura de las almas!
Diva! Supplicem exaudi!

Diosa en el aire recostada,
brilla en nuestro subterráneo.
Acoge a un alma aterida de frío,
que te consagra un canto de bronce.

¡Voluptuosidad, sé siempre mi reina!
Toma la máscara de una sirena
hecha de carne y de terciopelo,

o derrámame tus sueños pesados
en el vino informe y místico,
¡voluptuosidad, fantasma elástico!

Abel y Caín

I

Raza de Abel, duerme, bebe y come;
Dios te sonríe con complacencia.

Raza de Caín, en el fango
arrástrate y muere míseramente.

Raza de Abel, tu sacrificio
halaga la nariz del serafín.

Raza de Caín, tu suplicio
¿tendrá jamás un fin?

Raza de Abel, mira tus siembras
y tu ganado prosperar.

Raza de Caín, tus entrañas
aúllan el hambre como un viejo perro.

Raza de Abel, calienta tu vientre
en tu hogar patriarcal.

Raza de Caín, en tu antro
tiembla de frío, pobre chacal.

Raza de Abel, ¡ama y pulula!
tu oro hace también pequeños.

Raza de Caín, corazón que arde,
ponte en guardia contra esos grandes apetitos.

Raza de Abel, creces y ramoneas
como las chinches en la madera.

Raza de Caín, en las rutas
arrastra tu familia a la desesperada.

II

¡Ah, raza de Abel, tu carroña
engordará el suelo humeante!

Raza de Caín, tu tarea
no está hecha suficientemente.

Raza de Abel, he aquí tu vergüenza:
el hierro ha sido vencido por la jabalina.

Raza de Caín, el cielo sube,
y sobre la tierra arroja a Dios.

(Ch. Baudelaire. Obra completa en poesía. Ed. bilingüe. 7a. ed. corregida y revisada. Trad. M. B. F. Barcelona: Ediciones 29, 1979)