Luis Cernuda

Te quiero

Te quiero.

Te lo he dicho con el viento,
Jugueteando como animalillo en la arena
O iracundo como órgano tempestuoso;

Te lo he dicho con el sol,
Que dora desnudos cuerpos juveniles
Y sonríe en todas las cosas inocentes;

Te lo he dicho con las nubes,
Frentes melancólicas que sostienen el cielo,
Tristezas fugitivas;

Te lo he dicho con las plantas,
Leves criaturas transparentes
Que se cubren de rubor repentino;

Te lo he dicho con el agua,
Vida luminosa que vela un fondo de sombra;

Te lo he dicho con el miedo,
Te lo he dicho con la alegría,
Con el hastío, con las terribles palabras.

Pero así no me basta:
Más allá de la vida,
Quiero decírtelo con la muerte;
Más allá del amor,
Quiero decírtelo con el olvido.

No es nada, es un suspiro

No es nada, es un suspiro,
Pero nunca sació nadie esa nada
Ni nadie supo nunca de qué alta roca nace.

Ni puedes tú saberlo, tú que eres
Nuestro afán, nuestro amor,
Nuestra angustia de hombres;
Palabras que creamos
En horas de dolor solitario.

Un suspiro no es nada,
Como tampoco es nada
El viento entre los chopos,
La bruma sobre el mar
O ese impulso que guía
Un cuerpo hacia otro cuerpo.

Nada mi fe, mi llama,
Ni este vivir oscuro que la lleva;
Su latido o su ardor
No son sino un suspiro,
Aire triste o risueño
Con el viento que escapa.

Sombra, si tú lo sabes, dime;
Deja el  hondo fluir
Libre sobre su margen invisible,
Acuérdate del hombre que suspira
Antes de que la luz vele su muerte,
Vuelto él también latir de aire,
Suspiro entre tus manos poderosas.

Amando en el tiempo

El tiempo, insinuándose en tu cuerpo,
Como nube de polvo en fuente pura,
Aquella gracia antigua desordena
Y clava en mí una pena silenciosa.

Otros antes que yo vieron un día,
Y otros luego verán, cómo decae
La amada forma esbelta, recordando
De cuánta gloria es cifra un cuerpo hermoso.

Pero la vida solos la aprendemos,
Y placer y dolor se ofrecen siempre
Tal mundo virgen para cada hombre;
Así mi pena inculta es nueva ahora.

Nueva como fuese el primer hombre,
Que cayó con su amor del paraíso,
Cuando viera, su cielo ya vencido
Por sombras, decaer el cuerpo amado.

XIII
Fin de la apariencia

Sin querer has deshecho
Cuanto mi vida era,
Menos el centro inmóvil
Del existir: la hondura
Fatal e insobornable.

Muchas veces temía
En mí y deseaba
El fin de esa apariencia
Que da valor al hombre
Para el hombre en el mundo.

Pero si deshiciste
Todo lo en mí prestado,
Me das así otra vida;
Y como ser primero
Inocente, estoy solo
Con mí mismo y contigo.

Aquel que da la vida,
La muerte da con ella.
Desasido del mundo
Por tu amor, me dejaste
Con mi vida y mi muerte.

Morir parece fácil,
La vida es lo difícil:
Ya no sé sino usarla
En ti, con este inútil
Trabajo de quererte,
Que tú no necesitas.

(L. Cernuda. La Realidad y el Deseo (1924-1962), seguido de Historia de un libro. Madrid: Alianza Editorial, 2000)