Bodegón
Humo sólo había,
bisagras muertas,
el ciclo de la lluvia
extraviado en un punto
afuera del lago y del cielo
(pero esto no se veía,
tal vez se respiraba),
hasta la memoria apagada,
madera friable,
poca esponja.
La persuasión de quietud
no la enfrentaba nadie,
sólo tus ojos tenían luz propia.
La pena de las cosas
Toda la pena de las cosas:
su estante soledad,
rala gramática del tiempo
esparce la maleza del desuso
sobre estratos de sombra.
Reja de hierro,
piel de polvo,
estragos de óxido en un clavo
emergido en el flujo del desorden;
giro pésimo
de una puerta que fue árbol:
se forman con muerte las cosas,
se hacen cosas de morir.
Después huyen hacia sí de la memoria.
Amor se eriza
Los pulmones como higos en sazón
guardan niebla de puerto, aserrín,
alguna tinta de fotografía.
Sólo agua y aire por la piel;
puja apenas la luz
y se traba además
en su cristal el corazón:
quiere la Tierra, sin protestas,
soportar las vueltas de nosotros.
Máquinas también: ya por la cornisa
de un tornillo pasea, soberana,
la conducta del día. Es dosis
de ocupación insuficiente
que pone igual el interior
a la intemperie: anemia del futuro,
de la costumbre vacación.
Erizado de dientes
—engranaje del mar—, Amor
gesticula y hace miedo.
(Pulir huesos. Veintitrés poetas latinoamericanos (1950-1965). Selec. y pról. Eduardo Milán. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2007)