Teognis
Jamás el agua se mezclará con fuego. Jamás seremos
amantes fieles el uno para el otro.
También Eros florece en la estación en que la tierra
brota con flores, sin cesar, de primavera.
Entonces Eros abandona Chipre, hermosísima isla, y se encamina
detrás de los mortales derramando por tierra su semilla.
Asclepiades
Nieva, graniza, oscurécelo todo, quema, lanza tus rayos,
remueve toda nube que enrojezca la tierra, oh Zeus!
Sólo cuando me mates cesaré; mas si me dejas vivo,
seguiré cortejando aunque me impongas cosas peores que éstas.
Y es que me arrastra, oh Zeus, el mismo dios que a ti te dominó,
al que cediste y te metiste de oro en tálamo de bronce.
Coronas, quedáos suspendidas encima de estas puertas,
no sacudáis enseguida vuestras húmedas hojas
que empapé con mis lágrimas –pues son lluviosos los ojos de un amante.
Cuando, abierta la puerta, veáis que está saliendo,
dejad caer mi lluvia sobre su cabeza, porque su rubio pelo
beba mejor mis lágrimas.
El rostro gentil de Nicareta, bañado de Deseos,
que tantas veces se asomaba por la elevada puerta,
lo han marchitado, Cipris amada, en el vestíbulo
los verdes relámpagos de la dulce mirada de Cleofonte.
Dioscórides
La seductora Arsínoe me ha herido, amado Adonis,
golpeando su pecho junto a tu capillita.
Si con tal de morirme, me concede tal gracia,
condúceme, tómame ya por compañero de tu viaje. No hay excusa.
Cuando extendí en la cama a Dorís de nalgas sonrosadas
me convertí en un dios entre su carne floreciente.
Entre sus bellas piernas me hizo pasar por medio
y recorrió de Cipris el estadio sin variar su curso
con lánguidas miradas en sus ojos. Luego éstos, cual las hojas
movidas por el viento, temblaban rojos al sacudirse toda,
hasta que nuestro blanco vigor se derramó
y Doris quedó tendida con los miembros disueltos.
Me enloquecen tus labios sonrosados, en palabras ricos,
pórticos de tu boca de néctar que derriten mi alma,
y tus pupilas que relampaguean bajo tus cejas bien pobladas,
lazos y redes de mis entrañas;
y tus pechos de leche, bien parejos, llenos de encanto,
hermosos, más dulces que toda rosa.
Mas ¿para qué mentar los huesos a los perros? Testigos son
de mi locuacidad las cañas del rey Midas.
Nicarco
¿No tengo que morir? Pues ¿qué me importa
bajar al Hades cojo por la gota o como un corredor?
A hombros llevarán muchos mi cuerpo. Deja, pues, que sea cojo;
que por ello no voy a renunciar a los cortejos de las Gracias.
Rufino
Bañémonos ahora y coronémonos, Pródica,
Y saquemos el mosto y las copas más grandes.
Breve es la vida de quien es feliz, que de seguido
la vejez pondrá trabas de continuo y el final es la muerte.
(Antología de poesía erótica griega. Poemas de amor y sexo en Grecia. Ed. bilingüe y trad. José Luis Calvo Martínez. Letras universales 414. Madrid: Ediciones Cátedra, 2009)