Hay días
Hay días
en que la esperanza
ilumina los suburbios del alma,
esparce su simiente
en los surcos del día,
enhebra con sigilo las cuentas
de algún sueño roto en pedazos,
y nos conduce a la estación
donde la palabra
va segando finamente los trigos del silencio.
En el cristal profundo del silencio
Es la hora.
Siéntate junto a ti,
escucha el cristal profundo del silencio.
Busca la sustancia sin género,
la aleación de ti mismo,
y entonces, sólo entonces,
entrégate con servidumbre a la palabra.
Días nuevos
Nuevas vidas vendrán
y se acostarán a parir un siglo solar.
Nuevos días y nuevas vidas vendrán
los días tiernos y verticales las vidas
con la humedad del cuerpo futuro
sembrando en los predios azules del amor.
Las llamaradas salen sobre los altos muros
que nos separan del océano de luz
por donde ceñida de fulgor
camina al otro lado la mañana.
Salpicada de lluvia florece la resurrección;
mientras, desde aquí, presos en el siglo XX,
miramos fascinados a través de las rendijas, la hermosura venidera.
La negación
Yo tuve un hermano
de esos que duelen siempre en la conciencia.
No éramos del mismo vientre
mas nos unía como el mar sus aguas.
Éramos la misma sangre.
Desde que nació no supo sino del ciego viaje
del abandono al llanto.
Fue tenaz el calar de la gota en las entrañas
y abrió cavernas en su pulmón de niño.
En un charco de miseria,
dobladito bajo un sol de invierno,
se marchó en soledad a la mitad del día.
Dicen que lo vació una tos;
pienso que fue el reproche anudado
lo que estranguló de golpe sus arterias.
Ahora ya saben la historia de los ovarios tristes
que no paren un hijo anónimo
para que lo lapide el tiempo.
Fatiga
Ya están plenas las cuencas de mis ojos,
pronunciadas las más tiernas palabras;
sin embargo, tú, amor que me taladras,
quedas mudo a mis íntimos antojos.
Yo he albergado las más candentes rosas
y he apretado de cantos mi garganta,
mas de ti sólo enorme se levanta
un mar de olas glaciales, silenciosas.
Ya mi voz se ha bañado de fatiga,
ya de tanto llamarte languidece,
pues ya gira en las ondas, ya se espiga.
Y acelera su paso y se enardece,
mas llegando a tu hielo se desmiga,
y en las sombras calladas desvanece.
(E. Ochoa. Poesía reunida. Pról. Esther Hernández Palacios. México: FCE, 2008)
El lomo de la vida
Tras la reclusión vino de improviso la luz.
Deslumbrada,
llegué al núcleo de un violento avispero.
Ajena a la concesión estudiada,
inoportuna,
con la simplicidad del que ignora
el aguijón de la insidia,
pasé la mano, sin malicia, por el lomo de la vida.
Dios mío, qué brutal quemadura.
1961
Este ir y venir
¿Para qué este ir y venir?
Quién sabe en qué rincón se encontrará la aurora,
y qué santo, o qué idiota
nos vaciará un día equis la cabeza;
y el sueño de un buen Dios
y la tiniebla amorfa
se borrarán de golpe
al entrar a ese ojo que nos acecha fijo,
y al que nos vamos todos
a la señal de un tiempo.
1967
Carta a Jesús Arellano
Desde hace años, Chucho,
el corazón me rebota loco entre las sienes
y ando por los rincones escondiendo al sollozo.
Estreno una sonrisa cada mañana
y pido limosna en todas las esquinas,
porque ¿quién va a prestarme su vida,
su amor, o su Dios?
Tengo que comprármelos yo misma, y no me alcanza.
Y todo esto que escondo y espero y que no llega,
es la razón que me desangra dentro.
A veces ocurre que de tan hambrientos
inventamos el sueño, la esperanza…
y mortalmente heridos, agonizamos por todos los hijos
que se nos quedaron dentro,
y por las palabras desquebrajadas,
presas entre los molares apretados del miedo;
las que luchan por sobrevivir
y a veces se nos caen de la boca
como un aborto ciego y doloroso.
Algo se rompe acá dentro y pienso,
me estoy vaciando viva.
Todos los adioses se agolpan y me miran
a mitad de la noche.
Tomo mi cobija de silencio, entonces,
y camino arrastrándola por los pasillos de la locura
y no me muero, Chucho,
y me siento a la orilla,
pidiendo se me ayude a balancear mi vida,
antes de irme
y tiemblo y nadie escucha, huyen con espanto,
mientras yo juego a la pelota con la muerte,
lanzándola como pequeña brasa de una mano a otra.
Y no me muero, Chucho, y no se muere una,
hace sólo el ridículo con su pequeña muerte
que es sólo una niña azorada,
llorando por todos los que de veras mueren sin derecho.
1968
(E. Ochoa. Retorno de Electra. Lecturas mexicanas 72. Segunda serie. México: Diógenes / SEP, 1987)