W. H. Auden

Que la historia me juzgue

No dejamos ningún preparativo al azar,
Hicimos acopio de firmas,
Revisamos los cálculos una y otra vez
Y asignamos las granjas,

Expedimos las órdenes al caso
En estas ocasiones:
La mayoría obedeció, como era de esperar,
Aunque también se oyeron quejas;

Por lo común, contra la práctica
De nuestro viejo derecho de pernada:
Hubo incluso un conato de insurgencia,
Muchachos nada más.

A ninguno se le ocurrió
Crear ningún disturbio grave,
Pues la vida se hacía inconcebible
Si no ganábamos.

La opinión comúnmente aceptada
Dice que no hay excusa,
Aunque a la luz de ciertas investigaciones
Muchos verían el motivo

En una forma no infrecuente de terror;
Otros, aún más astutos,
Señalan la semilla de la equivocación
En el comienzo mismo del proceso.

En lo que hace a nosotros,
Nos queda al menos nuestro honor,
Y una oportunidad bastante razonable
De salvar nuestras facultades hasta el fin.

Diciembre 1928

Gare du Midi

Un expreso cualquiera proveniente del sur,
Masas de gente en torno a la barrera, un rostro
Que las autoridades no han venido a aclamar
Con cintas o clarines: algo en torno a su boca
Pone inquietud y lástima en su mirada neutra.
Cae la nieve. Llevando de la mano un maletín,
Sale con paso firme para infectar una ciudad
Cuyo horrible futuro acaso haya llegado.

Diciembre 1938

El novelista

Embutido en talento como en un uniforme,
El rango de un poeta a nadie se le esconde;
Pueden maravillarnos igual que una tormenta
O consumirse jóvenes o vivir recluidos.

Son vehementes como húsares; pero aquel otro
Tiene que despojarse de su don infantil
Y aprender sencillez y torpeza, fingir
Ser alguien en quien nadie cree digno transformarse.

Pues, a fin de lograr su más leve designio,
Debe tornarse todo hastío, someterse
A lamentos vulgares como el amor, ser justo

Entre los Justos y entre los Puercos otro puerco,
Y en su propia persona endeble, si es que puede,
Lidiar tediosamente con los males del Hombre.

Diciembre 1938

La Ley como el amor

La Ley, dicen los jardineros, es el sol,
Y la Ley es aquel
A quien los jardineros obedecen
Mañana, hoy y ayer.

La Ley es la sabiduría de los ancianos,
Abuelos impotentes que riñen sin aliento;
Sacan su lengua bífida los nietos:
La Ley son los sentidos de los jóvenes.

La Ley, afirma el clérigo con ojos clericales,
Echando su sermón a los seglares,
La Ley son las palabras en el libro sagrado
Y la Ley es mi altar y mi espadaña;
La Ley, afirma el juez ajustando sus lentes,
Hablando clara y muy severamente,
La Ley es como ya les dije,
La Ley es como saben que supongo,
La Ley es pero déjenme explicarlo,
Pues la Ley es La Ley.

Pero escribe doctores legalistas:
La Ley no es lo correcto ni lo erróneo,
La Ley son sólo crímenes
Castigados en ciertos momentos y lugares,
La Ley son los ropajes que viste el ser humano
Aquí y ahora,
La Ley es Buenos días y Hasta luego.

Otros dicen, la Ley es el Destino;
Otros dicen, la Ley es el Estado;
Otros dicen y dicen
Que la Ley ya no existe,
Que la Ley se ha esfumado.

Y siempre la ruidosa y airada multitud,
Muy airada y muy ruidosa:
La Ley somos Nosotros,
Y siempre el necio Yo que insiste débilmente.

Si nosotros, querido, no sabemos
Más que ellos de la Ley y lo sabemos,
Si tú, al igual que yo,
No sabes bien qué hacer o no,
Salvo aceptar con todos
Alegre o tristemente
Que la Ley es y existe
Y que todos lo saben,
Si absurdo me parece, por lo tanto,
Equiparar la Ley a otra palabra,
A diferencia de otros hombres
No sabría decir la Ley es Esto,
Igual que no podemos cancelar
El deseo global de adivinar
O escurrirnos de nuestra posición
Hacia una condición despreocupada.

Aunque al menos haré
Que nuestra vanidad
Declare con tibieza
Un tibio parecido
Del que luego jactarnos:
Como el amor, sentencio.

Como el amor no sabemos ni dónde ni por qué,
Como el amor no podemos forzarla ni ignorarla,
Como el amor lloramos a menudo,
Como el amor rara vez la guardamos.

Septiembre 1939

Un lugar saludable

Son agradables, desde luego. A nadie se le ocurriría
Examinar con lupa sus contratos
O guardar por si acaso las cartas bajo llave. Y también
Amables y eficientes: lo que vemos es lo que hay.
¿Qué falta, pues, si al convivir con ellos,
No deja de extrañarnos que haya tantos
Matrimonios felices y gente desgraciada?
No se pierden ninguna charla sobre política,
Pues tienen inquietudes, realmente quieren ayudar; con todo,
Mientras miran la tierra desde cualquier periódico,
¿Cómo no les aturde su horror y su locura
Si nunca, de eso estamos convencidos, sintieron
Una brusca apetencia de torturar al gato
O desnudarse en público? ¿Desearon alguna vez,
Nos preguntamos con intriga, ver algún unicornio,
Aunque estuviera muerto? Quizá. Pero no lo dirán,
Ignorando de tácito acuerdo nuestro anhelo
De vida eterna, ese enjaulado y censurable interrogante
Que irrumpe en ocasiones en meriendas campestres
O reuniones de antiguos alumnos y que solo
El chiste verde, irónicamente, se atreve a defender.

¿Febrero 1944?

(W. H. Auden. Los señores del límite. Selección de poemas y ensayos (1927-1973). Trad., selec. y pról. Jordi Doce. Barcelona: Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2007)