Francisca Aguirre

Espejismo: Penélope y la mujer de Lot

Me he quedado parada
a mitad del pasillo
y hacia atrás he vuelto los ojos,
hacia mis tiernas construcciones,
a mis primeras tentativas,
ésas que amarraba a mi vida
como los lazos a mis trenzas.
He contemplado detenidamente,
sin apasionamiento
aunque con algo de nostalgia,
los ansiosos esfuerzos
de estos treinta y seis años míos.
Me he aproximado a todo ello
con la insistencia de un miope.
Me he detenido largamente
en felices sucesos,
en tardes prodigiosas,
en el sexo y sus galas nocturnas.
Y he visto, con asombro y espanto,
este andamiaje de segundos
borrándose bajo un acuoso salitre,
y he luchado desesperadamente
contra esa solidez de sal y lágrima
que poco a poco me va inmovilizando.

Reserva natural

Con todo lo que hay dentro de mí
que araña, que se queja,
que duele y se resiste,
con todo eso voy a hacer mi invernadero,
mi parque, mi reserva natural.
Así nadie podrá acusarme
de atentar contra la continuidad de la especie.
En mi reserva
pastarán las fieras
y crecerán las plantas carnívoras;
allí estarán desde el insecto al cocodrilo
todas mis conocidas bestias,
y yo me encargaré de su alimento y su custodia.
Pero sabedlo,
la entrada está prohibida.
Mis animales y mi selva
no son para turistas o estudiantes,
mis animales pueden matar:
extranjeros,
no rocéis la puerta.
Pasad, pasad de largo,
es peligrosa esta reserva.

La otra música

¿Qué música te cantan?
¿Por qué te cantan esa música?
¿Y para qué la escuchas
como si te trajese algún mensaje
y no silencios desarticulados,
timbales de distancia,
calderones de llanto oscuro?
Esa música suena a guerra macilenta,
a deserción en campo de batalla,
a despojo que corre
contagiando desdicha.
No creas esa música,
no la dejes medrar,
ocúltale tu corazón,
cállalo a tientas.
Cúbrete de esa música de espanto
o te destrozará.

(Sharon Keefe Ugalde. En voz alta. Las poetas de las generaciones de los 50 y los 70. Antología. Madrid: Ediciones Hiperión, 2007)