Mis tristezas
Mi dolor es un mar; en él se pierden
el fúnebre cortejo, mis tristezas,
silentes, majestuosas y sombrías,
como góndolas negras.
Allí buscando la tranquila playa
naufragaron mis tímidas quimeras,
y como pobres pájaros heridos
mis sueños aletean.
Y el hastío, el pesar y el desengaño
surgen siniestros de sus brumas densas
y sus olas se encrespan y se agitan,
cuando pasan mis fúnebres tristezas
silentes, majestuosas y sombrías,
como góndolas negras.
Llamada a los poetas
Dad la mano a este pobre que se pierde
sin un rayo de sol.
Dadle a beber dolor los que aprendisteis
donde vive el dolor.
Para escribir la estrofa, necesita
sangre del corazón.
Decid, los que nacisteis soñadores,
¿dónde hay tinta mejor…?
Guiadlo, por piedad.
Es de la casta
de que vosotros sois.
Su nombre, como el vuestro, va en la lista
que ha empezado por Job.
Yo descendí hasta el alma de la noche
y en sus abismos me senté; aquí estoy.
Subid a ver si hay algo en la montaña
de la lumbre del sol.
Algo debió quedar allí perdido.
Pienso que algo quedó.
Registrad las espigas y las hojas,
hijos mansos de Job.
Dad la mano a este pobre que se pierde
sin un rayo de sol.
Dadle a beber dolor los que aprendisteis
donde vive el dolor.
Abre bien las compuertas
El hilillo de agua, rompedizo y ligero
abre la entraña obscura
de la peña, de suyo, tan tenaz y tan dura,
y da en la peña misma con algún lloradero.
Señor: entra en mi alma y alza Tú las compuertas
que imposible es que dejen que fluya mi amargura.
Quiero que estén abiertas
las compuertas
de mi alma de roca, tan rebelde y tan dura.
Soy Tomás; necesito registrar tu costado.
Soy Simón Pedro, y debo desbaratarme en lloro.
Dimas soy, y es mi ansia morir crucificado.
Soy Zaqueo, que anda todo desazonado,
viendo, por si pasares, dónde habrá un sicomoro.
“Tocad, que si tocareis, se os abrirá”, dijiste.
Por eso llego y toco
y tus misericordias seculares invoco.
Señor: cúmpleme ahora lo que me prometiste.
Alza bien las compuertas, Señor; lo necesito.
Deben estar abiertas
las compuertas del llanto que purgará el delito.
Abre bien las compuertas.
El hilillo de agua, rompedizo y ligero,
¿cuándo no dio en la peña con algún lloradero…?
El Libro de Dios
Aquí sí que no puedo
nada, si no es temblándome la mano.
Tu nombre es inefable y soberano;
tu nombre causa devoción y miedo,
y, no puedo, no puedo.
¿Cómo voy a poder…? Soy un gusano.
Déjame antes llorar, eso es muy mío.
Deja que piense en Ti y en Ti me abrase.
Aguarda a que me pase
esta ola de frío
y luego escribiré, si es que ya puedo,
tu libro este, que me causa miedo.
Mientras anda la noche y todo duerme,
me sentaré a raíz, sobre la tierra,
dando tiempo a tu amor de que me enferme.
Así voy a ponerme,
y el dique romperé, que el llanto encierra,
y, enseguida vendré a desmorecerme.
Los misterios del llanto son los mismos
que los solemnes del Amor. El llanto
sabe salvar o ciega los abismos,
tal como aquél, y sana y melifica.
El Amor puede tanto,
que a un tiempo lava y cura y deifica.
Así lo voy a hacer, por ver si puedo
con este Libro que me causa miedo.
Me sentaré a raíz, sobre la tierra,
mientras la vida calla y la luz duerme,
y el dique romperé, que el llanto encierra.
Voy a desmorecerme
y a sentarme en la tierra.
Tan sólo aguardo que tu amor me enferme.
(A. R. Placencia. Otro Adán expulsado. Selec. y nota introductoria Ernesto Flores. México: UNAM, 1979)