August Wilhelm Schlegel

Cleopatra de Guido Reni

¡Ay, qué delgado vientre derramado en el sueño,
mecida desnudez en terciopelos!
Qué rubio rizo en qué hermosa mejilla
y tierno cuello sin descender, puro.

Pero la mortal noche ya ha cercado sus ojos
y ha huido de sus labios el espíritu audaz.
¿No le entregó ella misma a la afilada sierpe
esas flores de lirio que manaron del pecho?

A menudo el amor fue encarnado por dioses
y se diría, heroína, que un dios te ha cautivado,
que te codicia el Reino de los Muertos.

¿El príncipe que arbitra con el rayo
no se hizo ardiente sierpe para embaucar a Olimpia?
Más delicia le habrías brindado tú.

Mi opción

Trabajos y cuidados habitan yermas playas
sin exceder jamás su estrecho círculo.
La fantasía, en cambio, se eleva sobre mares
lejanos convocando islas felices, tierras fabulosas.

Alegremente suelto el amarre a mi bote
y el avanzar desvela los presagios;
las almas de canciones recién nacidas soplan
por mi vela y le hinchan sus ropajes.

Veo flotar hasta allí compañeros, hermanos.
¿Y yo por qué temía, por qué quedaba atrás?
Brillan suaves estrellas, no amenaza tormenta.

Conduce así, pues, dulce poesía, mi vida,
¡juventud de lo joven y amor en el amor,
naturaleza en la naturaleza, divinidad de dioses!

Apego

Quiere a menudo el alma abrir las alas,
henchida al contemplar un banquete más puro;
cree que entre tanta repetida andanza
su hacer es vano y su saber, delirio.

Siente en el fondo un indomable anhelo
de universos más altos y un actuar más libre
y cree que cuando llega, según norma terrena,
su fin, se abre el telón a más claras escenas.

Pero al rozar la muerte el cuerpo para el tránsito,
se estremece y, cobarde, echa la vista atrás
sobre el deseo mundano, mortales compañeros.

Como hizo Proserpina, que, al raptarla Plutón
de los prados de Henna, sufría infantilmente,
llorando por las flores que le caían del seno.

(Floreced mientras. Poesía del Romanticismo alemán. Ed. bilingüe Juan Andrés García Román. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2017)