Mi ciudad
Mi ciudad, como todas,
fatal y lentamente
se disuelve.
Cada día le brota una rareza,
una nueva fachada
de cristal ahumado.
A fuerza de anexiones
se me ha vuelto confusa;
y sin embargo, destartalada y misma,
esta banca
del parque de mi barrio
basta y sobra
para llamarla
todavía
mi ciudad.
La misma historia
Dejo el valle repleto
y subo a lo más alto de las lomas.
La ciudad de los ricos.
Qué avenidas tan amplias,
qué majestuosas residencias.
Un montón de usureros las ocupa.
Y no atisbo un final
para este injusto imperio.
La desaparición de la poesía
Desde hace tiempo,
en los periódicos,
en las revistas,
tímidamente asoma
algún poema
en el dieciseisavo rinconero
que le dejó la mancha de la prosa.
Desde hace tiempo
los críticos divulgan,
en comentarios vastos y sesudos,
las razones que explican
la desaparición
de la poesía.
Autobiografía de la mosca
Antes de tropezar
no conocía el infinito.
Era la libertad
el vuelo caprichoso
de la mugre a la flor.
Hasta el día en que el aire
simple y súbitamente
se cuajó.
Desde entonces
un obstáculo inventa el más allá.
por más que aquella luz
no se distinga de esta luz.
Paso el tiempo
absorta en la tarea
de trascender a topes
la inexpugnable limpidez.
Al otro lado,
el cebo irresistible:
la distancia sin límites.
Señales
Me enviaba cartas
cada vez más hermosas.
Y estos últimos días
me ha hecho llegar mensajes insistentes
acerca de los hombros heridos
del crepúsculo,
del mar en los esteros de la noche
-y de un oscuro fresno que ha cedido
a los cortejos del otoño.
(E. Hurtado. Las diez mil cosas. México: Ediciones Era / CNCA, 2004)