Francisco de Quevedo

[Finge dentro de sí un infierno cuyas penas procura mitigar, como Orfeo, con la música de su canto, pero sin provecho]

      A todas partes que me vuelvo, veo
Las amenazas de la llama ardiente,
Y en cualquier lugar tengo presente
Tormento esquivo y burlador deseo.

      La vida es mi prisión, y no lo creo,
Y al son del hierro, que perpetuamente
Pesado arrastro y humedezco ausente,
Dentro en mí propio pruebo a ser Orfeo.

      Hay en mi corazón furias y penas;
En él es el Amor fuego y Tirano;
Y yo padezco en mí la culpa mía.

      ¡Oh dueño sin piedad, que tal ordenas!
Pues del castigo de enemiga mano
No es precio ni rescate l’armonía.

[Pronuncia con sus nombres los trastos y miserias de la vida]

      La vida empieza en lágrimas y caca
Luego viene la «mu», con «mama» y «coco»;
Síguense las viruelas, baba y moco,
Y luego llega el trompo y la matraca.

      En creciendo, la amiga y la sonsaca
(Con ella embiste el apetito loco),
En subiendo a mancebo, todo es poco,
Y después la intención peca en bellaca.

      Llega a ser hombre y todo lo trabuca:
Soltero sigue toda Perendeca,
Casado se convierte en mala cuca.

      Viejo encanece, arrúgase y se seca;
Llega la muerte, todo lo bazuca,
Y lo que deja paga, y lo que peca.

[Exhorta a los que amaren que no sigan los pasos por donde ha hecho su viaje]

      Cargado voy de mí: veo adelante
Muerte que me amenaza la jornada;
Ir porfiando por la senda errada
Más de necio será que de constante.

      Si por su mal me sigue ciego amante
(Que nunca es sola suerte desdichada),
¡Ay! vuelva en sí y atrás: no dé pisada
Donde la dio tan ciego caminante.

      Ved cuán errado mi camino ha sido;
Cuán solo y triste, y cuán desordenado.
Que nunca así le anduvo pie perdido:

      Pues por no desandar lo caminado,
Viendo delante y cerca fin temido,
Con pasos que otros huyen le he buscado.

[Sacamuelas que quería concluir con la herramienta de una boca]

      ¡Oh Tú, que comes con ajenas muelas,
Mascando con los dientes que nos mascas,
Y con los dedos gomias y tarascas,
Las encías pellizcas y repelas;

      Tú, que los mordiscones desconsuelas,
Pues en las mismas sopas los atascas,
Cuando en el migajón corren borrascas
Las quijadas que dejas bisabuelas:

      Por ti reta las bocas la corteza,
Revienta la avellana de valiente,
Y su cáscara ostenta fortaleza!

      Quitarnos el dolor, quitando el diente,
Es quitar el dolor de la cabeza
Quitando la cabeza que le siente

(F. de Quevedo. Poesía varia. 3a. ed. Ed. James O. Crosby. Madrid: Cátedra, 1985)