2
A Maria Eugenia del Valle
De arpa y jaranas precedido,
hoy quiero vestirte de colores;
en paz porque te miro, y pienso
en tus ojos cuando me nombras
y en qué bonitas piernas tienes.
La boca me sabe como a flores
sólo con pensar en recordarte.
Y a procurarte vengo, amándote
sin presumirte de valiente
ni de joven; por el puro gusto
de consentirte, a saludarte.
Todo brilla como de milagro;
es como volar de madrugada,
ay mamá, y hallarte de repente
pintada de rosas y de estrellas.
Porque estoy bien del corazón;
porque me has dado de la copa
de quemadas mieles de tus ojos,
me acusan de borracho; porque
no puedo andar derecho, y canto
por sentirme a gusto, y huapangueo.
Soy capitán, aunque me digan
marinero. Cierto: estoy borracho
de ti. Me he ganado que me acusen.
Lo que volando viene, dicen,
volando se va; como volando
te hallé; tal vez te irás mañana.
Hoy estás aquí. Mañana, acaso,
me afligiré. Será otro día.
Ya te saludé; me voy ahora
seguido del arpa y las jaranas.
Tu mano dame, te lo pido;
dame tu mano, me despido.
2
No sé. Todas las noches te he soñado;
por eso sufriré todos los días.
No lo puedo evitar; tú lo decías:
no olvida el corazón cuando se ha dado.
En el aire se mueve un desolado
olor de tiempo ausente. Las vacías
horas se van sin alma. ¿Lo sentías
al decirlo? No sé. Pero ha pasado.
Duermo: pesa mi amor sobre la palma
de tus manos, seguro como nave
por la corriente en paz que la nivela.
O la angustia de golpe me desarma;
barco sin playa soy, puerta sin llave,
soledad sin espejo: estoy en vela.
H
La novedad es tu divisa,
jóvenes insignias te distinguen.
Tu cuerpo de recién creada,
como toque de hojas tiernas, como
lisura de tronco paso a paso
privado de corteza, dice,
sin pudor ni fealdad, las tersas
señales de tus pocos años.
Las dicen tus huesos, escondidos
por ondas de muelle resistencia;
tu piel, como batista tensa
en el bastidor, para el bordado
de misteriosas cicatrices.
Vergüenza del sostén, se ríen
tus pechos; los tacones altos
de la hermana grande, menosprecia,
encomendada al equilibrio
de los pies descalzos, tu andadura.
Reciente, la límpida terneza
de tus rincones rasurados
o agrestes de frescas espesuras,
elogia, en ti, su adolescencia.
Prueba tu juventud lo torpe
de la vejez; con desnudarte,
proclamas lo obsceno del vestido.
Yo, vestido y viejo, carcomido
y ciego, me arriesgo a tus veinte años;
la imprudencia ejerzo del que, a tientas,
ensangrienta espinas, pretendiendo
gozar la flor de la biznaga.
3
Te lo habrán dicho ya: que nadie muere
de ausencia, que se olvida, que un lamento
se repara con otro, y es el viento
o la raya en el agua que se hiere.
Y esta sed miserable que no quiere
perderte, acabará; y el pensamiento
por tanto tiempo tuyo, en un momento;
aunque hoy se aferre y grite y desespere.
Si todo se ha de ir, ¿por qué llegaste?
¿Por qué, si no me quieres, me has querido?
¿Me has curado tan sólo para herirme?
Así fue; te tuviste y me dejaste;
nada me quedará: te he recibido
no más que para verte y despedirme.
(R. Bonifaz Nuño. El dolorido sentir. Antología de poesía amorosa. Selec. y nota introductoria Vicente Quirarte. México: CNCA / Centro Cultural Tijuana / UNAM, 1998)