Tristeza Ordinaria
“Mozart tocó esta hoja de papel”, él dijo,
“escribió música sobre él y ahora yo lo toqué”.
Este era un hombre joven que hablaba —lleno de admiración,
abrumado—, sintiendo otra potencia
por primera vez. Su excitación era conmovedora.
Mozart, en Cosi, Shakespeare, en el Sueño,
sabían lo suficiente como para no juzgar tales milagros,
o no llamar a sus personajes héroe o villano,
o pensar que ellos mismos eran más inmunes a las alegrías o
tristezas ordinarias, que los reyes, los amantes o los tontos.
Compartieron la objetividad de los dioses
tanto en su propia existencia como en la vida de los demás,
la tierna diversión que define a la sabiduría.
Las brillantes favoritas de la belleza y las uniformes
filas de la muerte fueron lo que más los conmovió.
Domingo en la tarde
Un domingo en la tarde al final de Julio:
las hojas parecen cansadas, el cielo anubarrándose,
la presión atmosférica cayendo. La pareja
en el apartamento de junto discute
cuánto ayuda o deja de ayudar él.
Fisgoneado desde mi terraza,
estoy celosa de cómo resuelven el pleito:
en el cuarto mal ventilado, apagados gemidos y llantos de amor
para no despertar al bebé.
Recuerdo cada detalle
de la miseria que hay en el matrimonio
—pero también la delicia de contentarse.
Cepillo y Peine
Al limpiar de cabellos mi cepillo,
jalándolos, pienso
en la cruel princesa, que se paró
en una sábana extendida y ordenó
a la sirvienta que arreglara su peinado,
con tanto cuidado que ni un rizo
ni un cabello fueran visibles
sobre la lisa tela blanca
de la sábana abandonada.
Yo nunca imaginé
ser la princesa —la criada sí.
Debo preferir el papel
de víctima. (Aunque a veces no).
Lo mejor es olvidar el cuento
y usar el peine; los hombros
de mi peignoir muestran
que estoy perdiendo mucho pelo
con el áspero golpe de mi propio cepillo.
I Sus Palabras
Un oscuro día de verano. El final de una tarde.
Una joven se sienta en la biblioteca vacía de la escuela
a leer el Cantar de Salomón. Ella piensa en un huerto:
almendro / manzano / limonero / árbol de granadas / higuera.
Ella mira detenidamente la trama en espirales debajo de la mesa,
el mismo dibujo se repite en sus huellas digitales,
y de nuevo: “Mi amada es para mí como
las varitas apiñadas de una fogata en un viñedo de Engedi.”
Ella ve una fuente, sus chorros y conductos,
su cuenco de mármol esculpido con leones rampantes
y querubines con cabeza de dragón. Alrededor
crecen flores y especias: azafranes / rosas / lirios.
“Yo pertenezco a mi amada, y mi amada es mía:
él se alimentó entre los lirios.” Las palabras trastornan
y excitan. Mirra / nardos / incienso.
Su cuerpo entero se calienta gélidamente, al imaginar
esa caricia. Bajo sus mangas y sus medias
y por detrás de su cuello, el blando vello se levanta.
XII El Deseo de Salomón
El nombre de ella es una palabra roja como una roja flama que quema
la lengua que lo pronuncia.
El amargo óxido del deseo está devorando mi pecho. Está cegando
mis ojos con polvo rojo.
Saba entre las mujeres es una planta de vid entre los acantos.
Saba entre las mujeres es una palmera de dátiles entre los ciruelos.
Saba entre las mujeres es un ciprés en una arboleda de tamariz.
Su voz es un surtidor de agua levantándose hacia el cielo, un río
cayendo entre las rocas.
Por ella escalaría la negra montaña del cielo, de cumbre
a cumbre y arrancaría el lirio de la luna y los capullos de
las estrellas.
Ella es oro y plata repujados juntos.
Ella es el vino de mi boca, el agua de mi pozo preferido,
la purificadora y calmante agua.
Ella es la estatua de blanca sal, los flecos de cinturones rojos, ella es
mi alfombra de oscura lana, mi brillante fuente, mi fresco
jardín.
Ella es como la desnuda luna de verano. Su belleza es caliente como
el ámbar.
Sus joyas se aprietan como besos azules y carmesí sobre su cuerpo.
Mis labios duplicarán su número.
La húmeda fruta de su boca. Su piel suave como pan.
La deseo como el cielo desea a la montaña, como la montaña
a la planicie, como un campo recién sembrado a la primera
lluvia.
Todos los hombres que pasaron por su cama no son para mí nada
más que los vapores del rocío para el sol que los causa.
(R. Fainlight. Plumas. Feathers. Trad. Jennifer Clement, Valerie Mejer, Víctor Manuel Mendiola. México: Ediciones El Tucán de Virginia, 2004)