Saint-John Perse

Las campanas

      Anciano de manos desnudas,
      de nuevo entre los hombres, ¡Crusoe!
      llorabas, imagino, cuando desde las torres de la Abadía,
como una marea, se desbordaba el sollozo de las campanas
sobre la Ciudad…
      ¡Oh Desposeído!
      Llorabas recordando los rompientes bajo la luna; los
silbos de riberas más lejanas; las músicas extrañas que
nacen y se asordan bajo el ala cerrada de la noche,
      semejantes a los devanados círculos que son las ondas
de una caracola, a la amplificación de clamores bajo la
mar…

V

      … ¡Oh! ¡motivos tengo de elogio!
      Frente mía bajo manos amarillas,
      frente mía, ¿recuerdas los nocturnos sudores?
      ¿la medianoche vana de fiebre y de un sabor de aljibe?
      ¿y las flores de albor azul danzando sobre los ancones
de la mañana,
      y las doce del mediodía más ruidosas que un mosquito
y las flechas arrojadas por la mar de colores?

      ¡Oh, motivos tengo! ¡motivos tengo de elogio!
      Había en el muelle altos navíos musicales. Había
promontorios de campeche; frutos de madera que estallaban…
Pero ¿qué han hecho con los altos navíos musicales que
había en el muelle?

      ¡Palmeras!… Entonces
      una mar más crédula y obsedida por invisibles partidas,
      escalonada como un cielo sobre vergeles,
      se atracaba de frutos de oro, de peces violeta y de
pájaros.
      Entonces, perfumes más afables, alternando con las
cimas más regias,
      esparcían ese aliento de otra edad,
      y por el solo artificio del canelero en el jardín de mi
padre —¡oh apariencias!—
      glorioso de escamas y armaduras un mundo turbio
deliraba.

      (… ¡Oh, motivos tengo de elogio! ¡Oh, fábula generosa,
oh mesa de abundancia!)

XVI

      … Los que son viejos en la comarca son los primeros
en levantarse
      a abrir los postigos y mirar el cielo, la mar que cambia
de color
      y las islas, diciendo: el día será hermoso a juzgar por
esta aurora.

      ¡Y al instante amanece! ¡y el palastro de los techos se
enciende en la zozobra, y la rada se entrega a la inquietud,
el cielo al numen, y el Narrador se precipita en la vigilia!

      La mar, entre las islas, es rosa de lujuria; su placer,
motivo de debate, ¡se le ha obtenido por un lote de
brazaletes de bronce!
      ¡Los niños corren a las riberas! ¡Los caballos corren a
las riberas!… un millón de niños llevando sus pestañas
como umbelas… y el nadador
      tiene una pierna en agua tibia pero la otra hace peso en
una corriente fría; y las gonfrenas, los ramios,
      la acalifa de flores verdes y esas pileas cespitosas que
son las barbas de los viejos muros
      enloquecen sobre los techos, al borde de los aleros,

      pues un viento, el más fresco del año, se levanta en los
estanques de las islas que azulean,
      y reventados hasta esos cayos rasos, nuestras casas,
corre hasta el seno del anciano
      por la ensenada de lona hasta el lugar poblado de crin
entre las dos tetillas.
      Y el día ha comenzado, el mundo
      no es tan viejo como para no haber, de improviso, reído…

      Entonces el olor del café sube la escalera.

La semilla

      En una maceta la enterraste: la semilla purpúrea adherida
a tu traje de piel de cabra.
      Y no ha germinado.

(S.J. Perse. Elogios/ Éloges. Trad. José Luis Rivas. México: Ediciones Era / CNCA, 2006)