Idus
al Gaviero
Compás de respiraciones a lo largo de la tarde,
sombra de instantes negados a la conversación.
Como barcos pesqueros de madrugada,
como voces lejanas susurrándose secretos
en una lengua indiscernible.
Acaso sea un pabellón de moribundos,
vivos en la memoria de la salud sagrada,
velamen triste en espera del viento,
cualquier viento.
Pero no. Nadie agoniza.
A punto de matarse unos a otros,
quienes besan esta tierra
nada saben de compasión
o de naufragios.
Morirán inconsolados.
Después, las aves,
cumulus, cirrus que viajan
rumbo a la primera escena
del día siguiente:
el amor en plena convivencia
con los sueños.
Qué calma trae esta luz,
mar dragado de una vida contemplando.
Crepúsculos y auroras en vaivén
aún aguardan
a quien logre salir
abandonar su orilla.
Vuelapluma
Los ángeles tientan.
(Lo recordado
y el recuerdo,
alas sin borde.
Ni filo.
El agitarse leve
de las hojas
en el naranjal
aquel amanecer.
Y de qué modo rubricante.)
Hallé una pluma entre los surcos.
No respiraba.
La glotonería de arañas,
hormigas, escarabajos
ya pretérita.
Ninguna epifanía que abriera
un cierto espacio,
el de la pluma,
con hilos.
¿O es tierra fértil al borde?
¿Ser que parte en sílabas
la entraña del consuelo?
Que da limosna:
brasas cintilantes,
las partículas dan señas
de un destino.
Hojas secas caen
desde ningún lado.
En unos días
dibujarán su huella
en la fortuna.
Materia Médica
Y si un afilado escalpelo
rebana el umbral,
todo puede dar lugar
al instante
con sólo dejar entrar
el aire.
Parece mentira.
Así se mira el flujo
de la sangre
en los demás.
Desde la punta de los nervios
de los pies hasta el cerebro en simpatía
te busco.
Milagrosamente apareces dentro.
Me anestesias.
Con lujo de detalles,
la intimidad se reduce
a una silueta cuyas piernas
muestran los rasguños
de haber estado más allá.
Y hasta el quirófano se cuela una llamada.
Alma mía, escucho tu respiración,
el velamen de lo aún por significar.
Lo por contener dulzura.
Lo por sahumar la peste de la herida.
Lo por sanar.
Celda
Insistes
en mover montañas
bajo el manto
y a las faldas
de una opacidad
franqueable
ni por equivocación,
donde nadie se asoma,
donde la magnolia se ofrece
y además huele
de modo tal que
lo que se abra sean
candados de poros y párpados
y se escuche entonces
algo propio,
un alarido,
una llama
tras los biombos.
Espantapájaros
Mientras más verde la vara, que no la rama,
mejor cabalgarás a fuetazo limpio.
A mayor edad, más hondo el pantano,
más atroz el recuerdo, más vulgar,
más nítido, límpido, eficaz,
plomada que no se zafa
y se acaba de amoldar
a los talones.
Así me fui trotando en la yegua a pelo
contigo a mis espaldas cincelándome el oído.
Me diste alcance:
tu mano me tomó del cuello:
el tictac de tu reloj fundía muñeca
y base morfológica del cráneo
con el fuetazo natural
de un viento helado.
*
Una visión después,
juego de azar,
juego de manos,
ardid
que iba en serio.
A la vera del camino,
un ángel ataviado
con manta cruda;
sandalias de cuero burdo;
cabellera al aire;
agujeros de la imaginación
a modo de concavidades oculares.
Sin cabeza.
Un espantapájaros
hechizo
que imanta
amantes,
aves de este mundo.
Las domina.
Las trae comiendo de,
picando,
horadando,
la mano
imaginaria
de un jinete
en polvo.
(P. López Colomé. Poemas reunidos 1985-2012. México: CNCA, 2013)