Elsa Cross

Puente

Te dedico
palabras ardientemente pronunciadas,
dichas a nadie
desde un puente desvencijado de Haarlem.
Miraba entonces una silueta doble
a través de visillos de encaje blanco.
Ventanas tan estrechas,
rincones tan justos para el amor,
para abandonar el tiempo en un diván.
Agua verdosa bajo el puente.

Amanecer en Rodas

Las colinas distantes tocadas por el sol.
El gusto del vino todavía.
La música que se apaga en los últimos bares.
El muelle cenagoso.
Los pájaros que se acercan a la playa.
El ruido del mar.
El vaho en los cristales.
Los pregones incomprensibles.
El sol sobre los techos.
El humo.
Las sirenas.
El viento afuera.
Las caras en el espejo de la barra.
Las gaviotas hambrientas.
Las bocinas que acallan el ruido del mar.
E l humo del cigarro.
La embarcación que zarpa.
El sol.
El mar.
Los pájaros.
El viento.
Rodas, Rodas, dando nombre a un instante.

                  5

No supo cómo se hace el pan,
cómo hablar cuando está todo quieto
y se oyen las cigarras.
No supo cómo empezar una plegaria,
cómo tejer un sombrero.
Se obstinaba en hallar la eternidad
conjurando el silencio,
entrándose en laberintos sin puertas.
Trastocaba caminos,
elegía el cruce equivocado.
¿Qué quería hallar?
¿Qué estaría buscando
atareado y ciego
entre escombros ajenos,
pedacería de estatuas,
ruinas tan desoladas como su alma?

                  29

Al pie de un eucalipto,
lecho de hierba y polvo,
fuimos
todo el fuego del sol
en un instante.

Sueño

Anoche, padre,
soñé que de muy alto,
de un cielo sobre pájaros y nubes,
azul sin más abierto,
se desprendía tu avión.
Como un cometa.
Como un débil relámpago de humo.
Anoche, te soñé morir.
Caído sin piedad sobre la tierra,
ni una palabra última,
nadie a quien contaras tu terror inmenso.
También anoche, desperté de pronto
y vi un largo horizonte de tristeza,
y sentí que todavía
no hemos conversado suficientes veces,
que nunca caminamos con calma por un parque,
y recordé muchas cosas
que tengo que deoirte.
                        París, noviembre de 1966

(E. Cross. Poesía completa. México: FCE, 2012)

XX

Del sueño
como de una ubre dulcísima
            se nutre.
Una simple idea cruzando por la mente,
como Dios dando forma al universo.
Así el sueño entreteje mundos cambiantes.

¿Y hay diferencia?
De un soplo se puede borrar el universo.
Si en un instante cruzara otra imagen
            por la mente de Dios,
ésta, ¿se desvanecería?
El tiempo todo de este mundo
            dura lo que un instante.
Deseosos de eternidad lo alargamos,
como tirar de una cuerda,
como batir un mar de leche.
Y el néctar inmortal Dios lo retira de nuestros labios
            hasta que quiere,
hasta que su aguijón o su garra
nos empujan
            más allá del abismo.
Su fuego nos consume,
y el rojo vivo
se vuelve un blanco reflejante.
Y Él, que no tiene cara
ni ojos,
            allí se mira, se pierde.
Entonces retira sus lazos y sus trampas.

(E. Cross. El diván de Ántar. México: INBA, 1989)