Abbas Beydoun

Un deseo insatisfecho

Las hojas que enrojecen con fuerza antes de caer y los anhelos que se inflaman sin cumplirse, nos los frotamos contra la piel mientras el frío del otoño respira por la tela de nuestras camisas. Vemos montones, pero no podemos tirar así como así nuestro placer en la calle, agobia la ceniza espesa del deseo insatisfecho.

El soldado

Ahora voy a ser el soldado de mi vida. La sirvo como sirvo a mi bandera. El soldadito de mi vida soy, mi sola tarea es desfilar. Yo con mis zapatos lo haré. El viento en la cara. En mi pecho canta, avanzo. Se enciende mi sangre, me chorrea la existencia por la camisa, avanzo. Firmes las rodillas, llenas de secretos y de fuerza, avanzo. Pasos rotundos y prietos, imprimo mi corazón, imprimo mi alma, le doy un puntapié, avanzo. A cada paso encierro y libero una vida bajo mi pie, levanto y aplasto mi destino. Ahí está, el soldadito de mi vida, mi sola tarea es desfilar.

Calles

Donde se encuentran dos calles, cuando necesito ser un punto me paro ahí. Con la intersección de cuatro me convierto en una esquina. Cuando mis ojos se encuentran con el asfalto, no me devuelve la mirada y huye a toda prisa. Quizá se pare antes del final y se vuelva y me mire. Mi alma le sigue y se diluye en la lejanía. Mi mirada se difumina en la luminosidad. Se vacía sin trazas de ceguera. Quizá me esté observando sin yo saberlo. Quizá se funda con el aire y la luz y se esparza con ellos. La calle no me devuelve mi cara, en su negro ojo asfáltico no me es posible reconocerme, no logro verla en el trasiego incesante de cuatro calles. Tengo la esperanza de que el tráfico pare y el silbato del guardia me despierte, tengo la esperanza de que mi alma, que ha enloquecido con las prisas y el trasiego, vuelva a mí. En realidad nada se para, todavía no necesito mis pasos, mis ojos son esa negrura asfáltica y mi alma mi camino.

La inspiración

Los poemas que le he arrancado al hastío a la vista está que me han costado. Que fue dura la batalla, que disputé cada palabra tumbado en la cama. Salieron a trancas y barrancas y hasta de la pluma con que los escribí me hube de ganar con paciencia la tinta clara. Si he de decirlo con imágenes, diría que al escarbar, surgieron con heridas en el rostro de las palabras, no llegaron fácilmente, vinieron llenos de rasguños y todos cubiertos de polvo.
Resumiendo, no llegaron por inspiración ni por ningún otro arte de magia. Fueron cosa, sin duda, de mis huesos anquilosados, mi oído duro al que le costaba captarlos, y mi dificultad para respirar que aumentaba según los perseguía.
Fueron cuatro poemas que me dejé bajo un montón en un hotel, y cuando sin saber cómo, los recuperé, vi que servían, que el destino los había señalado. Pero no siempre fue así, la estilográfica borboteó y me dejó en los dedos unas manchas oscuras que me recordaron la lucha en la cama, que los extraje uno a uno del hastío y la soledad, quizá de un desierto anímico, por la noche. Pero la tinta se fue al mero contacto con el agua, y lo único que significó aquello es que otra vez, quizá por mucho tiempo, había perdido la inspiración.

(A. Beydoun. Un minuto de retraso sobre lo real. Trad. y pról. Luz Gómez García. Madrid: Vaso Roto Ediciones, 2012)