Aldous Huxley

Las dos estaciones

El verano, absorto en sí mismo,
pasó, solamente preocupado
por su propia celebración.
Sin pestañear y deslumbradas, mis ventanas
no sabían qué era aquel desfile,
jamás entendido.
¡Ay, dolores del sentimiento!
La soledad que hay más allá de todo encuentro…
¡Moco, rencor y bilis!

Ahora, en cambio, el gris noviembre observa fijamente
un resplandor de fuego en mi ventana;
y todas sus agujas y árboles brumosos
me acercan su amenaza con la lluvia
y dudan de la luz que dentro anima
la estancia —ahora mi alma ve
la vida donde antaño había sepulcros;
y en estas recientes condolencias
ahoga triviales esperanzas, amores y temores,
sabiendo que la vida no es en vano.

Verano sentimental

El oeste sus flores ha arrancado y las ha arrojado
para perderse en la noche. Lejos de las negras profundidades del cielo
un saludo de aquellos ojos una sonrisa esboza,
donde se celebra todo lo Verdadero, todo aquello que siempre
he reconocido divino. Y no me encuentro solo
aquí ahora… una presencia parece alzarse:
tu voz cercana suena a través de mis recuerdos,
y tus dedos suplicantes rozan los míos.

Sí, eres tú: pues la noche atrapa esas hebras
de fuego y oscuridad hermanadas en una para hacer
de tu hermosura una maraña de malla mágica,
cuya enredada armonía de cuerpo y alma
ensombrece un pensamiento o resplandece, cuando despiertan las sonrisas,
como la luz del sol apasionada sobre las tierras meridionales.

Jonás

Una crema de luz fosforescente
flota en el remolino que de acá para allá
entre sus pies se desliza —lo bastante para mostrar
tantas estalactitas colgantes
de moco al descubierto, espiras y espirales
y enormes guirnaldas de jaspeadas tripas
y de más pequeñas tuberías palpitantes
por las que un licor de levadura borbotea.

Asentado sobre el convexo montículo
de un vasto riñón, Jonás reza
y entona sus cánticos e himnos
haciendo la hueca bóveda resonar
la bondad y los caminos misteriosos de Dios,
hasta que el gran pez la música escupe mientras nada.

El Decamerón

El mediodía, bajo la espesa sombra de los árboles,
vibrando de calor, con el sonido de los laúdes se estremece:
medio ensombrecida, medio soleada, una gran fuente de frutas
reluce púrpura y dorada: las vasijas de vino
frescas en sus cuévanos de nieve: se atemperan y brillan los colores:
terciopelo oscuro, donde entre las hojas un rayo de sol se dispara,
partiéndose en un cristal de escarlata: unos dedos que pulsan las raíces
mantienen el lánguido tiempo hasta el suave y lento declive de la música.

De pronto, de la puerta sale un grito,
espantosas risas entrecortadas, apenas humanas por el sonido;
unas demacradas manos arañadas se abren paso entre las rejas desesperadamente,
agarrándose firmemente al perfumado aire, mientras en el suelo
yace la pobre carroña castigada por la peste, que se ha encontrado con
fuerzas para arrastrarse a morir maldiciendo al sol.

Mediterráneo

Este zafiro sin mareas uniformemente desborda
su adornado círculo de tierras tirrénicas.
No hay vapores que lo empañen, ninguna noble lo oscurece,
y el tiempo poco a poco descendiendo
hace valiosa, hace brillar a la sempiterna gema.
Hasta para mí que la aprecio, ¡cuán inmenso
el mundo de barro al que mis pensamientos condenan
esta repugnante visión de una hundida marea!
Mío es el reflujo. La vida a su más baja marea muerta
retirada revela ese negro y espantoso bajío
donde estoy varado. ¡Ay, líbrame
de esta deshonrosa muerte! Luna del alma,
haz que vuelva la marea que escapó tan firme y honda,
haz que vuelva la brillante joya del mar.

Antes del sueño

Vacío, antes de que llegue el sueño, el tiempo invita
a retraídos forasteros, visitantes.
Todo el día los tornos
giran, y el rugido giratorio, el estruendo y los chirridos
levantan un mundo de ruidos —un mundo privado,
humano, aparte, como fuego en la negra noche.
En el mismo rayo de sol arqueado, los átomos
bailan con trémulo frenesí: el aire
los sacude, pues todo el aire ruido es.
Allende los muros de la fábrica, no muy lejos, está el silencio…
Retraídos forasteros y visitantes llegan en silenciosa caminata,
llegan a veces temerosamente en la oscuridad.
Todo el dislocado frenesí del día
es el frío y angosto camino hacia la serenidad.
La mente se encuentra tranquila como una casa vacía
y el sueño aún está lejos.
Dime, ¿vendrán
a llenar el vacío de belleza y bienestar?
Los forasteros, ¿vendrán? Hermosos como pájaros de la mar
que, siguiendo el arado, dan vida al campo pelado
con sus blancas alas y sus osados descensos
—¿vendrán?

(A. Huxley. Poesía completa. Ed. bilingüe. Trad. Jesús Isaías Gómez López. Letras Universales 436. Madrid: Cátedra,  2011)