Jaime López

El viejo continente

Tres naves se acercaban
allá por Portugal
y al ver que ya encallaban
la voz corrió a avisar.

Qué raro se vestían
aquellos navegantes,
sus plumas eran signos
de una interrogante.

¿De dónde vienen éstos?,
perplejos preguntaban;
comiéndose las uñas,
los pelos se arrancaban.

Tocaban a la puerta
del Viejo Continente,
llegaban espantando
a aquella vieja gente.

Y ya el juglar cantaba
que el mito se cumplía,
entonces recordaron
la antigua profecía:

De allende el mar siniestro,
en pos de sacrificios,
buscando nuestra tierra
vendrán un día los indios.

Tres lanchas atracaron
allá por Portugal,
la fecha en que arribaron
la tierra dio en rodar.

El mundo, al fin, giró,
sonando rechinantes
los sesos oxidados
de los occidentales.

La salvación del alma
tenía buen mercado
guardando a los creyentes
en un cielo cuadrado.

Creían que venían
de aquel abismo eterno
a echar a todo el mundo
en un redondo infierno.

Y así fue que los indios
Europa descubrieron,
hallando caras pálidas
con máscaras de miedo.

—Levanten la mirada,
no teman, ya nos vamos.
¡Qué zonzos! ¿Se creían
en un planeta plano?

Soneto destartalado

Soy una sensación destartalada,
sin más, un alma que anda en pos de un cuerpo
y no quien en monedas de desprecio
mendiga amor en esta madrugada.

Soy sangre en carne como forma, es cierto;
soy una pulsación desenvainada
que suele arremeter contra la calma,
aquesta calma chicha de tu lecho.

No soy, entonces, sangre de tu sangre.
Escucha, corazón, el propio eco
nos cambia pulso a pulso de lenguaje.

Discúlpame, bellísimo pellejo:
tampoco soy yo carne de tu carne…
nomás un alma que anda en pos de un cuerpo.

Soneto del automovilista

El vértigo maneja los peligros
en este auto aniquilante propio
por esta carretera de nosotros,
que aún algunos llaman fatalismo.

Tal vez ha sido suerte ante el arrojo,
soy un sobreviviente de mí mismo;
ningún consejo doy para el abismo,
pues uno sólo aprende en riesgo propio.

Por más que se le atienda a quien advierte,
es uno el que se interna en las edades,
salvándose o quedándose en la ruta.

Por estas curvas tan de vida o muerte,
cambiar a tiempo las velocidades
no es fácil y además es cosa tuya.

Panteón del neón

Alguien mató a la noche
en las calles de esta ciudad,
dicen que fue la tele,
chance fue el eje vial,
cierta moral incluso,
dizque la autoridad;
sea quien haya sido,
juro que no fui yo,
aaay,
panteón del neón.

Cuenta la gran leyenda
—y en el cine se ve mejor—
que hubo muy buenos tiempos
donde no los hay hoy,
por estas viejas calles
alguien la asesinó;
sea quien haya sido,
juro que no fui yo,
aaay,
panteón del neón.

Panteón del neón
centro de la ciudad,
donde hasta la Llorona
desaparecerá.

Luce tan sedentario
el futuro en su propia red
y desde allá un enviado
trajo la nueva fe,
dice que de aventones,
viaje por Internet;
sea quien haya sido,
juro que no fui yo,
aaay,
panteón del neón.

La calle no morirá

Esto no es un videoclip
ni la gran telenovela,
algo acá me hace click
cuando veo vacío afuera,
pero la calle no morirá,
pero la calle no morirá.

Esto no es un compactdisc
ni es un walkman, ya despierta,
algo está pasando aquí
más acá de tu cabeza
y es que la calle no morirá
y es que la calle no morirá.

Las parabólicas caerán,
pero la calle no morirá.
Y tus audífonos caerán,
pero la calle no morirá.

(J. López. Lírica. México: Ediciones Cal y arena, 1997)