Alfonsina Storni

Dulce Tortura

Polvo de oro en tus manos fue mi melancolía;
Sobre tus manos largas desparramé mi vida;
Mis dulzuras quedaron a tus manos prendidas;
Ahora soy un ánfora de perfume vacía.

¡Cuánta dulce tortura quietamente sufrida,
Cuando, picada el alma de tristeza sombría,
Sabedora de engaños, me pasaba los días
Besando las dos manos que me ajaban la vida!

Yo en el fondo del mar

En el fondo del mar
hay una casa
de cristal.

A una avenida
de madréporas,
da.

Un gran pez de oro,
a las cinco,
me viene a saludar.

Me trae
un rojo ramo
de flores de coral.

Duermo en una cama
un poco más azul
que el mar.

Un pulpo
me hace guiños
a través del cristal.

En el bosque verde
que me circunda
—din don… din dan—
se balancean y cantan
las sirenas
de nácar verdemar.

Y sobre mi cabeza
arden, en el crepúsculo,
las erizadas puntas del mar.

Capricho

La niña vio a la luna en el azul estanque
Que en medio de los pinos servía de pecera.
(Piernas de cazadora, suelta la cabellera,
Y el fino seno blanco celoso de su arranque).

De un elástico salto llegó junto a la fuente,
Hundió sus blancas manos, tomó el disco de oro
Y al cargar junto al cuello el redondo tesoro
La cabellera negra se le tornó luciente.

Y huyó bajo las selvas. Su grito de alegría
Hasta los dulces nidos de las aves subía,
E, iluminado el bosque perfumado, la vieron,

Cargada de la luna, pasar los abedules;
Y siguiendo en el aire la curva de sus tules
Ejércitos de pájaros cantando la siguieron.

(A. Storni. Antología poética. Pról. Berta García Faet. Barcelona: Espasa Calpe, 2020)

Irremediablemente mujer

Tú pasarás por mí, como sobre una fuente,
en un vuelo soberbio de pájaro de presa;
te beberás el agua de la vida que mana
y te irás por los cielos a buscar primaveras.

Se quedará la fuente manando siempre el agua,
rebosará la linfa donde bebieras, ave,
y en las tardes de oro, cuando queme la tierra,
soñará con tus alas de brillante plumaje.

Puede ser que algún día nuevamente de paso,
vuelvas por un momento a posar en la fuente,
y el agua que la llena, inexperta nacida,
te dirá como entonces: -Ave de presa, bebe…

El llamado

Es noche, tal silencio
Que si Dios parpadeara
Lo oyera. Yo paseo.
En la selva, mis plantas
Pisan la hierba fresca
Que salpica rocío.
Las estrellas me hablan,
Y me beso los dedos,
Finos de luna blanca.
De pronto soy herida…
Y el corazón se para,
Se enroscan mis cabellos,
Mis espaldas se agrandan;
Oh, mis dedos florecen,
Mis miembros echan alas,
Voy a morir ahogada
Por luces y fragancias…
Es que en medio a la selva
Tu voz dulce me llama…

Una vez más

Es una boca más la que he besado.
¿Qué hallé en el fondo de tan dulce boca?
¿Que nada hay nuevo bajo el sol y es poca
La miel de un beso para haberlo dado?

Heme otra vez aquí, pomo vaciado.
Bajo este sol que mis espaldas toca
A la cordura vanamente, invoca
Mi triste corazón desorbitado.

¿Una vez más?… Mi carne se estremece
Y un gran terror entre mis manos crece,
Pues alguien da mi nombre a los caminos

Y es su voz de hombre, cálida y temida.
Ay, quiero estarme quieta y soy movida
Hacia la sombra verde de los pinos.

(A. Storni. Antología poética. Pról. Susana Zanetti. 15a. ed. Buenos Aires: Losada, 1991)