José Javier Villarreal

Otoño

Este día el otoño es una piedra azul,
un jalar del gatillo en la noche;
sólo un rumor: la caricia que abre las alas.
El otoño es una gran herida, un fuego violento,
el cervatillo que no deja rastro alguno,
la sombra en el ángulo más claro de tu risa.
A veces parece estar muerto sobre el césped
pero tan sólo aguarda un descuido para caer de lleno,
para tender sus redes amarillas en torno a tu cuerpo.
El otoño asemeja ser una fiera desconocida,
una serpiente marina soñada por los navegantes
del siglo XV,
la pesadilla donde descansa la razón de la joven amante.
El otoño, con su pesadez de años,
abriendo la puertas de los jardines vedados.

En mañanas como ésta

He sentido la tristeza en tus ojos,
la luz de mi casa apagada a todas horas,
el jardín que duerme junto a tu olvido.
En mañanas como ésta, cuando miro fijamente el mar,
tu rostro desaparece de la ventana,
te empiezo a perder en la brillantez salada de la espuma.
Te sé sobre la arena envuelta en una soledad más que
violenta,
en una madrugada de hombres solos y de playas desiertas.

En mañanas como ésta
en que el amanecer no significa gran cosa
tu cuerpo invade mi cuerpo como la marea cansada de
mojar la misma piedra.

Sin título IV

Sé que me está viendo desde el infierno de sus ojos,
que su fino puñal atraviesa todos los días mi corazón,
y que afuera, detrás de la puerta, me espera con su
terrible desnudez.
Sé también que puedo reconocerla en las manos
apretadas del demente,
en la voz de la vieja prostituta que se empeña en ser
hermosa;
en esa muchacha turbada por el ángel del deseo.
A veces la descubro en el rostro iluminado de la noche,
en el vaso con agua que el hombre se lleva a la boca,
en el disparo; en el cuerpo que cae en medio de la calle.
Pero ahora sé que se tiende en el hueco de mi cama,
que es quien cuida de la tranquilidad de mis sueños,
quien prepara el desayuno y me despide en la puerta
con un beso.

Tijuana

a Roberto Castillo Udiarte

Esta ciudad nos duele como una espina en la garganta,
como el hombre que pasa con el miedo dibujado en
el rostro.
Nos duele como el amor y sus ejércitos,
como los ángeles irremediablemente perdidos.
En la mujer que nos desnuda frente al mar,
a lluvia de marzo y las dos tormentas del verano,
el golpe que nos hace abrir los ojos; el beso que nos
cierra los labios.
Es el monumento de la infamia y del rencor,
el perro que nos asustaba cuando volvíamos del colegio,
el mismo que a veces vemos en la mirada del hombre
más próximo.
Esta ciudad se levanta sobre el sudor y los sueños de
nuestros padres.
sobre el cuerpo violado de la muchacha y la mano
siempre dispuesta del asesino.
Crece como el odio, como el polvo y la rabia,
como un mar encabronado que se te escapa de las manos.
Es la mujer que pasó sin verte, la que no te recuerda,
esa que constantemente disfrazas, pero a quien siempre
le escribes tus versos.

(J. J. Villarreal. “Mar del norte”. En Premio de poesía Aguascalientes. 30 años. 1978-1987. México: Joaquín Mortiz, 1997)