Emily Dickinson

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Sentí un Funeral, en los Sesos,
y Dolientes aquí y allá
que pisaban — pisaban — parecióme
que el Sentido calaba —

y cuando todos se sentaron,
un Oficio, un Tambor —
que golpeaba — golpeaba — hasta sentir
en la mente un torpor —

y entonces les oí izar una Caja
y crujirles por mi Alma
las Botas de Plomo, otra vez,
luego Espacio — doblaba,

tal Campana fueran los Cielos,
y el Ser, un mero Oído,
y yo, y Silencio, Raza extraña
aquí, a solas, hundidos —

355

No era la Muerte, pues yo me erguí,
y todos los Muertos, yacen —
no era Noche, pues toda Campana
sacó la Lengua, a las Doce.

No era Escarcha, pues por mi Carne
sentí Sirocos — trepar —
ni Fuego — pues mis pies de mármol solo
matendrán fría un Ara —

y no obstante, sabía, a todos ellos,
las Figuras que ya vi
dispuestas, para la Tumba,
me recordaron, la mía —

tal si afeitaran mi vida,
y la adaptaran a un marco,
y respirar sin llave no pudiera,
y era cual Medianoche, algo —

cuando todo tic tic — ha cesado —
y el espacio en torno — escruta —
o Atroces hielos — albas de Otoño,
la Tierra Latente abrogan —

pero, aún más cual Caos —Imparable — frío —
sin Oportunidad alguna, o mastelero —
o ni siquiera un Rumor de Tierra —
para justificar — el Desespero.

581

Claro — yo rezaba —
¿y a Dios le Importaba?
Importábale tanto cual si en el Aire
pataleara — un Pájaro —
y gritara «Dame» —
mi Razón — Vida —
no tuve — sino para Ti —
Mayor Caridad fuera
dejarme en la Tumba del Átomo —
risueña, y nada, y gaya, y atónica —
que esta viva Miseria.

935

Como el Dolor, imperceptible,
se alejaba el Estío —
tan imperceptible, que a lo último
no pareció Perfidia —
una Quietud destilada,
como avanzado Crepúsculo,
o Natura pasando a solas
una Tarde Recluida —
el Ocaso entraba antes —
el Alba extraña ardía —
cortés, pero saqueada Gracia,
tal Huésped, que se iría —
y así, sin un Ala
ni de una Quilla el uso
Nuestra Estación huyó ligera
luz en lo Hermoso —

(E. Dickinson. 71 poemas. Ed. y trad. Nicole d’Amounville Alegría. Barcelona: Lumen, 2005)