Charles Wright

El norte

Esto es el norte, los jirones de las nubes que se arrastran contra el suelo
y se enganchan
en las copas empapadas de las coníferas.
Incluso el corazón se alzaría más alto que ellas,
el empapado corazón de ramas salpicadas,
pero no lo hace porque esto es el norte,
y aquí todo lo oscuro, el deseo y su gramo de más, se contiene
y repta, resentido y babeante, entre los árboles.
Una tarde sin apariciones,
con una parte de agua, y dos partes de lo que sea que la luz no nos desvela.

El norte no es el recuerdo del norte sino su repetición
y sus cadencias, San Agustín tiznado, una mano delante y otras detrás:
el norte es donde vamos cuando no nos queda sitio adonde ir.
Es donde están los otros que hemos sido,
resplandecientes, impertérritos, completamente irreconocibles.
Llevamos aquí años,
entre retazos de niebla y lluvia y rachas de sol,
y hay mundos ya idos tras nosotros, lentas apariciones como el fundido en negro de Jimmy Durante
jugando a la rayuela sobre la hierba del prado.
Este es nuestro paisaje y nuestra zona de aterrizaje, este es nuestro cristal oscuro.

La generación silenciosa II

Contamos nuestra historia. Por partida doble, y nos llevamos los palos.
Nos encontrarás aquí, claro, al final de la última página,
firmamos con un garabato de humo.

Las tormentas nos iluminan y pasan atronando.
Las ramas se comban con el viento de mayo
pero no se parten, las flores se comban y ellas sí se parten, la hierba se apelmaza.

Y entonces baja el gris inalterable,
irreductible a címbalo o tambor, sin notas que le pongan música a los pies.
Pero nos lo subimos hasta el cuello; es ya la vida nuestra.

Parlanchines, perdidos por una palabra, senescentes,
¿quién iba a saber que tendríamos tanto que decir, o lengua para decirlo?
El viento, supongo, que ya lo ha oído todo antes y arruga nuestras páginas.

Y así seguimos, apretando los labios, relajando los labios,
suspirando por palabras que no sean efímeras, pequeñas palabras,
hechas de viento y de intemperie, que no desdigan nuestros nombres.

Sacre

Hay cosas sobre las que no podemos escribir, hay viajes
tan largos y sagrados que no podemos emprenderlos.

No hay naturaleza en la eternidad, ni se muda el viento, ni la mala hierba.

Sea cual sea la visión, cual sea el implemento,
miramos en lugar equivocado, buscamos lo que no teníamos que buscar.

No somos lo que es nuevo, no somos lo que hemos encontrado.

Breve historia de mi vida

A diferencia de Lao Tsé, según se dice concebido de una estrella fugaz,
quien permaneció en el vientre de su madre
durante 62 años y nació, según se dice una vez más, con el pelo blanco,
yo nací una mañana de domingo,
                                                          intocado por los cielos,
con poco pelo, sin dientes, con las sombras del crepúsculo en el corazón,
y a mucho camino del camino.
Shiloh, campo de batalla de la Guerra Civil, estaba justo al lado,
el río Tennessee viraba suavemente a mi cabeza y a mis pies.
El búfalo de agua, las arenas del desierto,
guardián y caracteres,
                                    todo eso quedaba a años de dragón de allí.
Como Dionisios, yo también nací dos veces.
De la carne del muslo izquierdo de Italia, emergí un enero
en un mundo diferente.
                                             Tenía todo mucho sentido,
escondido como había estado una vida entera.
Y entré en ese mundo con los ojos abiertos, con el viento en los oídos,
con la saciedad del vino lento y de la miel triscándome la lengua.
Tres años estuve a las puertas de San Ceno,
                                                                            y tomé, más Roma que Roma,
todo lo que me ofrecieron.
Las nieves de los Dolomitas se postraban a mis pies.
Los limones del lago Garda me caían en las manos.

Pasad la cinta hacia adelante unos cuarenta y cinco años
                                                                   y hay una tercera depresión postparto.
Pero ¿dónde, preguntó el poeta, está ese punto ciego de la historia?,
refiriéndose a otra cosa.

Aquí y sólo aquí, amado espacio mío, aquí y sólo aquí.
Mis oídos y mis sentidos enfermos parecen puros con el son del agua.
He vuelto, y es el tiempo de las lilas,
los arroyos corren hacia el este sin ser vistos a través de la mañana fría y húmeda
a primeros de junio. No hay luz sobre las hojas,
ni viento en las coníferas, ni nada que doblegue la pajiza hierba.
Solo el mundo con su gracia oscura.
                                                          Y yo he intentado retratarlo.

(C. Wright. Cicatriz. Ed. bilingüe. Trad. Carlos Jiménez Arribas. Madrid / México: Vaso Roto Ediciones, 2014)