Georg Trakl

El otoño del solitario

Vuelve el oscuro otoño lleno de frutos y abundancia,
fulgor amarillento de hermosos días de verano.
De los mustios despojos nace un azul inmaculado;
el vuelo de los pájaros habla de antiguas sagas.
Pisado está ya el vino, lleno el dulce silencio
de respuestas suaves a preguntas sombrías.

Y aquí y allá una cruz sobre colina yerma;
en el bosque rojizo se ha perdido un rebaño.
Las nubes vagan sobre el espejo del estanque;
reposa el labriego con gesto tranquilo.
Muy levemente roza el ala azul del crepúsculo
un tejado de paja seca, la tierra sombría.

En las cejas del cansado han de anidar muy pronto las estrellas;
a las tristes estancias vuelve una silenciosa humildad
y se asoman ángeles con suavidad en los ojos azules
de amantes que dulcemente sufren. El cañaveral
murmura; un horror descarnado nos invade
cuando el negro rocío cae de los sauces desnudos.

Transfiguración

Cuando se hace de noche
un rostro azul se separa suavemente de ti.
Canta en el tamarindo un pajarillo.

Un monje afable
junta sus manos mortecinas.
A María la visita un ángel blanco.

Una guirnalda nocturna
de violetas, grano y uvas púrpura
es el año del espectador.

A tus pies
se abren las tumbas de los muertos
cuando la frente posas en las manos de plata.

En tu boca
habita quedamente la luna otoñal,
ebria por la canción sombría de la adormidera;

flor azul
que suena suavemente entre las piedras amarillas.

De los días tranquilos

Estos últimos días son tan espectrales
como el tenso mirar a la luz de los enfermos.
Pero el lamento mudo de sus ojos se posa
como sombra en la noche a que están destinados.

Incluso hasta sonríen y piensan en las fiestas,
en el temblor que producían canciones ya olvidadas,
y cómo buscan palabras para un gesto triste
que en el silencio infinito palidece ya.

De este modo el sol juega sobre flores enfermas
y las hace temblar de un gozo gélido como la muerte
en el aire claro de la altura.

Los rojos bosques murmuran en el atardecer
y el pájaro carpintero suena como la noche de la muerte,
como si fuese el eco de lóbregos sepulcros.

Canto nocturno

Sobre una oscurecida ola nocturna
canto mis tristes canciones,
canciones que sangran como heridas.
Pero ningún corazón me las devuelve
desde la oscuridad.

Sólo la oscurecida ola nocturna
murmura mis canciones en medio de sollozos,
canciones que sangran por la herida
hasta que el corazón me las devuelve
desde la oscuridad.

Al este

La tenebrosa ira del pueblo
semeja a los órganos furiosos de la tormenta invernal
la ola purpúrea de la batalla,
de deshojadas estrellas.

Con cejas partidas, plateados brazos,
la noche saluda a los soldados moribundos.
A la sombra del fresno otoñal
gimen las almas de los que mueren con violencia.

Una espesura de espinas ciñe la ciudad.
De los sangrientos escalones ahuyenta la luna
a las mujeres aterrorizadas.
Lobos salvajes han derribado las puertas.

(G. Trakl. Sebastian en sueños y otros poemas. Trad., selec., pról. y notas Jenaro Talens. Barcelona: Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2006).