Paul Auster

Escriba

El nombre
nunca dejó sus labios: de tanto hablar
cambió de cuerpo: volvió a encontrar su cuarto
en Babel.

Estaba escrito.
Una flor
cae de su ojo
y florece en la boca de un extraño.
Una golondrina
rima con hambre
y no puede dejar su huevo.

Inventa
al huérfano envuelto en harapos,

sostendrá
una pequeña bandera negra
acribillada por el invierno.

Es primavera
y bajo su ventana
oye cómo cien piedras blancas
se convierten en flox rabioso.

6

Incontenible en esta
avalancha de tierra:
donde las semillas se acaban
y auguran cercanía: tú harás sonar
el delirio coral
de la memoria, y te irás
por donde van los ojos. No te queda
camino más extenso: desde el instante
en que te abras las venas, las raíces comenzarán
a recitar la masacre
de las piedras. Vivirás. Construirás tu casa
aquí: olvidarás
tu nombre. La tierra
es el único exilio.

9

Entre estos espasmos de luz,
en el frágil helecho, en la sombría
maleza: esperas,
dentro del laberinto de tu oído,
a que estalle
el trueno: entonces, el rugido
babélico, el silencio. Aquello hacia lo que divagas
no será nunca
lo que se oiga. Salvo el paso,
techado
bajo este doble cielo que mantiene
intacta su distancia. Y que se ensancha en tu interior,
en la boca
de la tierra partida, donde observas
cómo estas estrellas caídas
se debaten y arrastran hasta ti,
portando los obsequios del infierno.

Testimonio

En el alto trigo invernal
que sopló hasta empujarnos
a esta tierra de nadie,
en los acoplamientos de nuestra ira
más allá de esta mala hierba blanca y anónima,
y porque alojé, para siempre,
una flor en el infierno, te hablo
de la apertura de mi ojo
más allá del ser,
de mi ser más allá de ser
sólo uno,
y cómo podría absolverte
de este escondimiento y probarte
que ya
no estoy solo,
que ni siquiera
estoy ya
cerca de mí.

22

Los muertos siguen muriendo: y en ellos
los vivos. Todo el espacio,
y los ojos, acosados
por frágiles herramientas, confinados
a sus hábitos.
Respirar es aceptar
esta carencia de aire, el único aliento,
rastreado en las fisuras
de la memoria, en el lapso que divide
este idioma hecho de odios, sin el cual la tierra
habría otorgado un augurio más intenso
para nivelar los huertos
de piedra. Ni siquiera
el silencio me persigue.

(P. Auster. Poesía completa. Trad. del inglés y pról. Jordi Doce. Barcelona: Seix Barral, 2012)