Charles d’Orléans

El tiempo ha dejado su abrigo
de viento, de lluvia, y de frío
y se ha vestido de bordados
de sol luciente, bello y claro.

No hay animal ni pajarillo
que en su jerga no cante y grite:
¡El tiempo ha dejado su abrigo!

Río, fuente y riachuelo
llevan, cual bella casaca
gotas labradas de plata.
Todos se visten de nuevo:
El tiempo ha dejado su abrigo

                        *****

Corazón ¿A quién pediréis consejo?
¡A nadie podéis revelar
el muy angustioso pesar
que os tiene en pena y tormento!

Pienso que no hay bajo el sol
mártir más perfecto que vos.
Corazón ¿A quién pediréis consejo?

Disponedlo todo al menos
para que bien os sepulten.
Muerte es así languidecer,
en tal sin igual martirio.
Corazón ¿A quién pediréis consejo?

                        *****

Mi único amor, mi gozo, mi Señora
puesto que he de permanecer lejos de vos,
nada más tengo que me reconforte
que un recuerdo para retener contento.

Calmando, con Esperanza, mi infortunio,
me convendrá el tiempo así pasar
mi único amor, mi gozo mi señora
puesto que he de permanecer lejos de vos.

Mi exhausto corazón provisto de tristeza
se ha querido con vos marchar
y yo jamás lo podré recobrar
hasta que logre vuestra bella juventud mirar.
Mi único amor, mi gozo, mi Señora.

                        *****

Mirando hacia el país de Francia,
me ocurrió un día en Doves junto al mar,
que recordé el dulce contento
que solía en dicha tierra hallar;
empecé así profundamente a suspirar,
por más que gran bien me producía
ver a Francia que mi corazón ha de amar.

Me di cuenta que era necedad
tales suspiros en mi corazón guardar,
ya que veo iniciarse el camino
de buena paz, que todo bien puede dar.
Por esto reconforté mi pensamiento.
No obstante, mi corazón no se cansaba
de ver a Francia que mi corazón ha de amar.

Cargué entonces en nave de Esperanza
mis anhelos todos, rogándoles que fuesen
allende el mar sin efectuar tardanza
y me recomendasen a Francia.
¡Qué nos dé Dios sin demora duradera paz!
Entonces tendré ocasión, mas que así sea,
de ver a Francia que mi corazón ha de amar.

Tesoro es la paz: no se puede asaz alabar.
Odio la guerra, en modo alguno la debo apreciar
con razón o sin ella, impedido me ha asaz,
ver a Francia que mi corazón ha de amar.

(Ch. d’Orléans. Poesías. Ed. bilingüe. Trad. e introd. Ana María Holzbacher. Madrid: UAM, 2012)

Canción

No aprecio en nada los besos
que se dan por cortesía,
o como prueba de amistad;
mucha gente los recibe.

Pueden tenerse por millares,
baratos y en abundancia.
No aprecio en nada los besos
que se dan por cortesía.

¿Saben cuáles me son caros?
los que se dan en privado, por placer:
los demás sólo son, sin duda,
para halagar a extraños.
No aprecio en nada esos besos.

Los aburridos

El mundo está aburrido de mí,
y yo igualmente de él;
no encuentro nada en este día
que me importe siquiera un poco.

De todo lo que ven mis ojos
puedo nombrar hastío tras hastío.
El mundo está aburrido de mí,
y yo igualmente de él.

La buena fe se vende cara,
barata no hay en ningún lado;
y por eso, si soy aquél
que se queja, tengo buenas razones:
el mundo está aburrido de mí.

(Francia. Siglo XIII. Yvain, el caballero del león de Chrétien de Troyes y otros textos. Selec., trad. y adaptación Luis Zapata. México: SEP / Trillas, 1982).