Piedad Bonnett

Armonía

Oye cómo se aman los tigres
y se llena la selva con sus hondos jadeos
y se rompe la noche con sus fieros relámpagos.
Mira cómo giran los astros en la eterna
danza de la armonía y su silencio
se puebla de susurros vegetales.
Huele la espesa miel que destilan los árboles,
la leche oscura que sus hojas exudan.
El universo entero se trenza y destrenza
en infinitas cópulas secretas.
Sabias geometrías entrelazan las formas
de dulces caracoles y de ingratas serpientes.
En el mar hay un canto de sirenas.
Toca mi piel,
temblorosa de ti y expuesta a las espinas,
antes que el ritmo de mi sangre calle,
antes de que regrese al agua y a la tierra.

Agujero negro

¿A dónde va el deseo
cuando no sabe dónde posarse?
¿Qué rumbo toma
después de estar girando como cometa loca
que no renuncia al cielo
ni quiere desprenderse de la tierra?
A alguna parte habrá de ir con su brío de guerra,
con su sed y su dulce quemadura.
A otro ha de encontrar para incendiarlo,
y enceguecerlo,
y dejarlo como una estrella muerta que en su médula lleva
(como una maldición)
el destello de luz de la memoria.

Un animal triste

Entro al espeso bosque donde crece el deseo con sus blancas coronas
Mis pies desnudos pisan el musgo, me extravío
entre bulbos monstruosos, entre rosas
que abren su blanda entraña de carne, sus esponjas.
En espiral desciendo y como un perro
busco tu rastro,
labro tatuajes en tu piel, buscando.
Bebo el mezcal
que me devolverá purificada
a la anodina sobriedad del día.
Como una vestal ebria caigo al pozo,
en sus aguas naufrago, nazco, muero,
y en el fondo de cieno reconozco
la soledad, su helado ojo de vidrio.

Emerjo entonces como un pez sin brillo:
pequeña muerta, azul entre su sábana.
Ahora mi cuerpo es un animal triste.

Voyerismo

Te imagino desnudo y aún húmedo bajo la luz de la lámpara,
como un moderno dios
que se apresta para la ceremonia. Pausadamente
te pones la camisa,
y el negro sobre el blanco
te hace repentino señor de la alcoba en desorden
y señor de la noche y de las mil estrellas
que envidiosas te miran y te ayudan a amarte.
Mi placer, solitario, es muy perverso y dulce:
ahora y siempre puedo contemplarte
detrás del ojo de tu cerradura.

Cuerpo

Cuerpo,
río de humores,
nudo de negras venas borboritando vida.
Lengua, roja serpiente, dichosa pecadora,
dientes, feroz barrera,
labios al beso expuestos,
ojos donde refleja fugaz su vuelo un ave.
Piel, dueña de la lluvia,
efímera señora del sol y la caricia.
Uñas, fieras de azúcar,
senos, duendes dormido,
caracolas ardientes donde sueña el deseo.
Cuerpo, lecho de costras,
terreno de gangrenas,
máquina misteriosa de silenciosos ritmos.
Te lastimo, te exhibo, te venero, te mimo,
te maldigo, te gozo,
y ante todo te temo,
oscuro laberinto de impredecibles puertas
sangre, músculos, huesos prontos a disolverse
en polvo y polvo y polvo
que soñó ser eterno.

(P. Bonnett. Poesía reunida. Bogotá: Lumen, 2015)