Ludwig Tieck

Vista de Florencia

Al fin asciendo la última
colina, y a mis pies,
el valle ancho y florido,
rodeado de montañas,
la espléndida ciudad
bajo el fulgor de un sol que ya declina.
El crepúsculo irradia
con profusión de púrpuras
en las rocas, mientras los edificios
arden en el destello
y villas a centenas
irradian a lo lejos y más lejos.

Juega el cielo con verdes, con azules
y, a brincos, resplandores
ríen sobre la corriente.
El dulce anochecer
va emergiendo del éter
para abrazar el mundo,
y en conmoción callada
la ciudad oscureciendo nos acoge.

Canción improvisada

Cuando en penas el pecho se deshace
y las ansiosas lágrimas nos mudan en fantasmas,
nos grita algo en el fondo “¡Ayuda, ayuda!”,
y, al igual que una aurora, un recuerdo dichoso
se eleva de la noche más cerrada
trayéndose con él los rojos besos
y todas las sonrisas de la amiga querida;
ah, el cielo deleitoso liba en nuestras heridas,
con su boca de púrpura
sobre el veneno que halla
del dardo negro de Melancolía.

Y qué abejitas lindas
mordisquean entonces los labios de las flores,
cómo las mariposas se persiguen,
cómo brincan las aves en las verdes umbrías
entonando sus cantos
y aletean y embaucan y enamoran
miradas y palabras y lisonjas
de la bella, la única, la amiga favorita.
Y en mitad de la noche del invierno,
nos sonríe un esplendor de primavera
y bufonean lágrimas con penas
y al llorar se insinúan
mohínos gozos y gustos afligidos;
como en la novia honrada luchan pudor y amor,
lleva el pesar al gusto de la mano
y de su amor resultan flotantes armonías.

Melancolía

Era negra la noche y ardían astros oscuros,
            desvaídos, mortecinos, tras el velo de nubes;
            un reino de fantasmas hizo al campo esfumarse
y las Parcas adversas miraron hacia abajo
lanzando airados dioses a mi vida.

Me cantó la lechuza sus canciones de cuna
            horrendas y en un grito a través del silencio
            me graznó un espantoso: ¡Bienvenido!
La pálida desdicha y el luto descendieron,
cual viejos camaradas quisieron saludarme.

Y dijo la desdicha en la aciaga hora bruja:
            Al tormento tú fuiste consagrado,
            de la crueldad del sino eres objeto;
con los arcos tensados, cada hora
te hará sangrar por una herida nueva.

Despídete de la humana alegría,
            no encontrarás criatura que te hable con afecto,
            vericueto desértico ha de ser tu camino,
con rocas que amenazan, sin flores que florezcan
y los rayos del sol quemando y abrasando.

El amor que traspasa con ecos la Creación,
            parapeto de penas y desdichas,
            flor de todos los gozos de los hombres
que eleva el corazón al alto cielo,
donde la sed encuentra santa fuente,

el amor te estará siempre vedado,
            el portón se ha cerrado tras de ti.
            A lomos de bravíos e indómitos caballos
fuiste lanzado tú a la vida yerma,
sin alegría que acierte a acompañarte.

Súmete ahora en esa noche eterna,
            mira las mil penurias que te aguardan,
            ¡y asume tu existencia mientras sufres!
Sí, sólo en la extinguida mirada moribunda
la dicha, compasiva, se te presentará.

(Floreced mientras. Poesía del Romanticismo alemán. Ed. bilingüe Juan Andrés García Román. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2017)