El perro
No temas, mi señor: estoy alerta
mientras tú de la tierra te desligas
y con el sueño tu dolor mitigas,
dejando el alma a la esperanza abierta.
Vendrá la aurora y te diré: Despierta,
huyeron ya las sombras enemigas.
Soy compañero fiel en tus fatigas
y celoso guardián junto a tu puerta.
Te avisaré del rondador nocturno,
del amigo traidor, del lobo fiero
que siempre anhelan encontrarte inerme.
Y si llega con paso taciturno
la muerte, con mi aullido lastimero
también te avisaré… ¡Descansa y duerme!
Un tiro
Duda mortal del alma se apodera
al oír en las noches la lejana
detonación, que turba y que profana
el silencio del bosque y la pradera.
¿Será la bala rápida y certera
que pone fin a la existencia humana,
o el golpe salvador que, en lucha insana,
asesta el montañés sobre la fiera?…
Ese ruido mortífero y tonante
hace temblar al alma sorprendida
cuando está de lo incógnito delante.
Para arrancar o defender la vida,
lo producen lo mismo el caminante
y el guarda, el asesino y el suicida.
Ocaso
He aquí, pintor, tu espléndido paisaje:
un lago obscuro, ráfagas marinas
empapadas en tintas cremesinas
y en el azul profundo del celaje;
un tronco que columpia su ramaje
al soplo de las auras vespertinas
y manchadas de verde las colinas
y de amarillo el fondo del boscaje;
un peñasco de líquenes cubierto;
una faja de tierra iluminada
por el último rayo del sol muerto;
y, de la tarde al resplandor escaso,
una vela a lo lejos, anegada
en la divina calma del ocaso.
Adiós al poeta
¡Santa naturaleza, madre mía!,
me has cobijado en tu regazo inmenso
y disipaste con tu soplo intenso
la nube del dolor que me envolvía.
Mas ¡ay! vuelve la vida ingrata y fría;
mi sueño celestial quedó suspenso…
Ya alza la tierra su divino incienso
y en su carro triunfal asoma el día.
Poeta: es fuerza abandonar el monte.
Bajemos, pues ya al ras del horizonte
Venus agonizante parpadea,
tú al teatro, a la clínica, al Senado;
yo a vegetar tranquilo y olvidado
en el rincón obscuro de mi aldea.
(M. J. Othón. Poesía escogida. México: CNCA, 2014)