Francesco Petrarca

XII

Si mi vida del áspero tormento
y de afanes pudiera defenderse,
tanto que viera a causa de los años
palidecer, señora, vuestros ojos,

y volverse de plata el áureo pelo,
y no usar verdes telas ni guirnaldas,
y perder el color aquella cara
que me lleva de miedo a lamentarme,

me dará al fin Amor tanta osadía
que yo os descubriré de mis martirios
cuáles fueron los años y las horas;

y si adverso es el tiempo a los deseos,
que a mi dolor al menos no le falte
algún socorro de suspiros tardos.

LXV

Triste de mí, que poco atento estuve
el día en el que Amor a herirme vino,
que poco a poco al fin señor se ha vuelto
de mi vida, poniéndose en su cima.

Por fuerza de su lima no creía
que punto de valor o de firmeza
faltase nunca al pecho endurecido;
mas así ocurre al que de más se precia.

Desde ahora tardías las defensas
serán, salvo probar si mucho o poco
Amor escucha los mortales ruegos.

No imploro ya, ni suceder más puede,
que el pecho mío arda con mesura,
sino que ésta en el fuego tenga parte.

LXXXIX

Al dejar la prisión donde me tuvo
Amor por muchos años a su antojo,
sería largo de contar, señoras,
cuánto la libertad pudo dolerme.

Me dijo el corazón que no sabría
por sí vivir un día; pero luego
a tan falso traidor vi en el camino
que a otro más sabio hubiérale engañado.

Y así añorando mi pasado dije:
«¡Ay, que el yugo, los cepos y cadenas
eran mucho más dulces que andar libre.

Miserable, que tarde mi mal supe;
y con cuántas fatigas hoy me arranco
del error en el cual me había envuelto!»

CXLII

Hacia la sombra de las bellas frondas
corrí para evitar una cruel lumbre
que hasta aquí me abrasó del tercer cielo;
ya libraba de nieve las colinas
el aura blanda que renueva el tiempo,
floreciendo las hierbas y las ramas.

Nunca vio el mundo tan hermosas ramas,
ni jamás movió el viento tales frondas
como pude yo ver en aquel tiempo;
de modo que, al temer la ardiente lumbre,
la sombra no busqué de las colinas,
sino aquella del árbol grato al cielo.

Así un laurel me defendió del cielo,
y queriendo alcanzar sus bellas ramas
lo busqué por las selvas y colinas;
pero nunca encontré tronco ni frondas
que tanto honrase la suprema lumbre
que no cambiara su bondad un tiempo.

Más firme cada vez de tiempo en tiempo,
yendo hacia donde me llamaba el cielo,
y guiado por una clara lumbre,
volví devoto a las primeras ramas,
ya caídas por tierra estén las frondas
o ya el sol reverdezca las colinas.

Selvas, ríos, campiñas y colinas,
cuanto es creado, vence y cambia el tiempo;
por lo cual yo perdón pido a estas frondas,
si, después de girar años el cielo,
quise dejar las enredantes ramas
nada más comenzar a ver la lumbre.

Y tanto me gustó la dulce lumbre
que pasé con placer grandes colinas
para poder coger aquellas ramas;
ahora la vida breve, el sitio y tiempo
me muestran otra senda de ir al cielo
y dar fruto, no sólo flor o frondas.

Otro amor, otras fondas y otra lumbre,
otro subir al cielo, otras colinas
busco, que bien es tiempo, y otras ramas.

(F. Petrarca. Cancionero I. Edición Jacobo Cortines. Estudio introductorio Nicholas Mann. Madrid: Ediciones Cátedra, 1989)