Mayra Santos-Febres

Me dijeron un día que una vez se llene
el cuerpo de llaguitas
de tizne
que le arriben guijarros por los dónde
y que de plano los tiesos cristales vayan rumiando
su garganta sin solsticio,
una vez el cuerpo se quede
con su cántaro más triste
y se caiga al piso de plano, uy
asustando a su mismísimo
bolso de contrabando digestivo,
que una vez tan sólo
asome su suma de columnas
a las múltiples esquinas
y muy poquito a poco un aguacero
se le entre por los codos verbolados
se llenará el cuerpo de boquitas azarosas
se volverá el cuerpo más campo de batalla
se aceptará su densidá de pluma
en cualquier cabina de intercambio
y entonces será (me lo juran)
el pedazo de lengua definitiva.

*****

Mayra Santos me dijeron una vez que me llamaba,
la que me parió sentada en un sillón
enardecida con su nueva virginidá de madre
recobrando sudores, pataletas en pleno olor
trincándose alrededor de nalgas adversarias.
mayra santos
y hasta el sol de hoy
con ese montón de vocales accidentadas
arriba como órgano inaudito.
la cabeza retorcida en siete vueltas
si algún grito paralelo estalla
(aida, jaiba, laira, caiga)
el cuello como para traspasarse
como cuando una se acerca a un charco claro
y allá al fondo se desreconoce.
mayra santos me dijeron una vez que me llamaba
mi madre me lo dijo, y yo le creo con dificultá.

*****

Éramos un montón de mujeres sin vestíbulos
sin cosméticos para agrandarnos los ojos
sin siquiera superficies bruñidas
para enterarnos de la identidad o
de las multiplicación infinita en la pestaña.
éramos montón de mujeres
más de tres muchas
y concreta cada una en su sentido
cada una en su lucecita de siga, o su cambio de carril:
la puta, la madre, la mayra, la maestra
la mujer del otro, guerrillera
la que siembra, propia
mata escolares con dientes de centella
o la que se mete desnuda y senil a los sillones.
muchas más un montón todas sin vestíbulo
ardiendo en dedos que cogen llave
en pasos de umbral
piernas abiertas esperando
placas de petri y pescaditos
en continuación de espuma paralela
alimentando
a otras miles de mujeres, un montón muchas, casi todas
que cohabitan en ese su batalloso cuerpo.

*****

IV

chingar siempre cura, siempre, sin nombre, sin deseo a veces,
            sin ganas de saber en dónde se está, chingarse a los feos
            a los fofos a los de panza llena de cereales y mierda
            percudida a los que te creen puta porque sabes el nombre
            de tu pastilla. chingar siempre da con la raíz que una
            hierve en la tisana de su propia carne, que una se traga
            agria y con peste a avena vieja. chingarse a la hermana, a
            la discípula, a la amiga que una estaba esperando desde
            los diecisiete, porque chingarse a una mujer es imprescindible.
            chingar, hacer el amor no, tener sexo no, chingar.
            entender cómo una se disuelve contra la furia de otro,
            medir las implicaciones del hambre, visitar el sabor
            agrio de una saliva transeúnte, la del que vive al lado, al
            frente, la del poeta que corrige acentos para su próxima
            lectura. chingar con el que no tiene ni idea de por qué
            no puede despegarse de tu carne.

(M. Santos-Febres. Tercer mundo. México: Trilce Ediciones, 2000)