José Emilio Pacheco

Miseria de la poesía

Me pregunto qué puedo hacer contigo
ahora que han pasado tantos años,
cayeron los imperios,
la creciente arrasó con los jardines,
se borraron las fotos
y en los sitios sagrados del amor
se levantan comercios y oficinas
(con nombres en inglés naturalmente).

Me pregunto qué puedo hacer contigo
y hago un pseudopoema
que tú nunca leerás
—o si lo lees,
en vez de una punzada de nostalgia,
provocará tu sonrisita crítica.

La mosca juzga a Miss Universo

Qué repugnantes los humanos.
Qué maldición
tener que compartir el aire nuestro con ellos.

Y lo más repulsivo es su fealdad.
Miren a ésta.
La consideran hermosísima.
Para nosotras es horrible.
Sus piernas no se curvan ni se erizan de vello.
Su vientre no es inmenso ni está abombado.

Su boca es una raya: no posee
nuestras protuberancias extensibles.
Parecen despreciables esos ojillos
en vez de nuestros ojos que lo ven todo.

Asco y dolor nos dan los indefensos.
Si hubiera Dios no existirían los humanos.
Viven tan sólo para hostilizarnos
con su odio impotente.

Pero los compadezco: no tienen alas
y por eso se arrastraran en el infierno.

Lolita

La señora de edad fue a visitarme y dijo:
«Le pago
por escribir la historia de mi vida.
Yo soy, yo fui Lolita. Usted sabe:
Lolita, la de Nabokov, Vladimir Nabokov,
el novelista ruso, Lolita.
Voy a contar lo que él no dijo. Prometo
revelaciones increíbles. Habrá
sexo y más sexo en mi libro».

Me disculpé. Nos despedimos.
En todos estos años he vuelto a verla
tratando de robar en supermercados
o acercándose a alguien en un café
para decirle
que ella es Lolita y debe reclamar
«la merecida gloria, robada
por Nabokov, un canalla
como todos los escritores».

Sí, he vuelto a verla de vez en cuando con gran tristeza.
Me duele
pensar en ella.
Ignoro si fue Lolita hace medio siglo.

Hasta ahora hay dos cosas ciertas:
vive muy pobremente en Tlatelolco
—y jamás ha leído la novela.

El silencio

La silenciosa noche. Aquí en el bosque
no se escuchan rumores.
Los gusanos trabajan.
Los pájaros de presa hacen lo suyo.
Pero yo no oigo nada.
Sólo el silencio que da miedo. Tan raro,
tan escaso se ha vuelto en este mundo
que ya nadie se acuerda de cómo suena,
nadie quiere
estar consigo mismo un instante.
Mañana
dejaremos de nuevo la verdadera vida para mañana.
No asco de ser ni pesadumbre de estar vivo:
extrañeza
de hallarse aquí y ahora en esta hora tan muda.
Silencio en este bosque, en esta casa
a la mitad del bosque.
¿Se habrá acabado el mundo?

Razón del mundo

Tras muchos años de preparación
Por fin me fue concedido
Visitar en su gruta Del Monte Impávido
Al gurú que controla miles de vidas.

Subí temblando hasta el lugar sagrado.
Al escuchar sonidos gurugales
Me acerqué reverente a preguntarle
La razón de este mundo,
El objeto inasible de estar vivos.

Mi gurú dijo: «Mu»
Y entendí todo.

(J. E. Pacheco. Tarde o temprano [poemas 1958-2009]. Ed. Ana Clavel. México: FCE, 2009)

«Those were the days»

Como una canción que cada vez se escucha menos
y en menos estaciones y lugares.
Como un modelo apenas atrasado que tan sólo se encuentra
en cementerios de automóviles,
nuestros mejores días han pasado de moda
y ahora son
escarnio del bazar,
comidilla del polvo
en cualquier sótano.

Alta traición

No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pino,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.

Tulum

Si este silencio hablara
sus palabras se harían de piedra
Si esta piedra tuviera movimiento
sería mar
Si estas olas no fuesen prisioneras
serían piedras
en el observatorio
Serían hojas
convertidas en llamas circulares

De algún sol en tinieblas
baja la luz que enciende
a este fragmento de un planeta muerto

Aquí todo lo vivo es extranjero
y toda reverencia profanación
y sacrilegio todo comentario

Porque el aire es sagrado como la muerte
Como el dios
que veneran los muertos en esta ausencia

Y la hierba se prende y prevalece
sobre la piedra estéril comida por el sol
—centro del tiempo padre de los tiempos
fuego en el que ofrendamos nuestro tiempo

Tulum está de cara al sol
Es el sol
en otro ordenamiento planetario
Es núcleo
de otro universo que fundó la piedra

Y circula su sombra por el mar

La sombra que va y vuelve
hasta mudarse en piedra

Disertación sobre la consonancia

Aunque a veces parezca por la sonoridad del castellano
que todavía los versos andan de acuerdo con la métrica;
aunque parta de ella y la atesore y la saquee,
lo mejor que se ha escrito en el medio siglo último
poco tiene en común con La Poesía, llamada así
por académicos y preceptistas de otro tiempo.
Entonces debe plantearse a la asamblea
una redefinición que amplíe los límites
(si aún existen límites);
algún vocablo menos frecuentado por el invencible desafío
de los clásicos
Un nombre, cualquier término (se aceptan sugerencias)
que evite la sorpresas y cóleras de quienes
—tan razonablemente— leen un poema y dicen:
«Esto ya no es poesía».

Mar eterno

Digamos que no tiene comienzo el mar
Empieza donde lo hallas por vez primera
y te sale al encuentro por todas partes

(J. E. Pacheco. Fin de siglo y otros poemas. México: FCE, 1984)