Ricardo Castillo

Los perros mis hermanos…

Los perros mis hermanos, tienen la sangre de mi desvelo
y en sus pupilas vibra algo mío, una baba mi alma.
Así somos nosotros los microbios, cromosomas incautos,
fundamento de pelos y mocos, saleros y azucareras.
Mezclas, cuentagotas, cucharadas,
somos las tolvaneras que tose el destino,
lo rugoso y la vida, lo riguroso y la pira,
los huesos haciendo la cama,
el corazón hincado, flagrante. Saciado y pleno.

Amo a la persona del plural…

Amo a la persona del plural
y somos una montaña que la hormiga no puede mirar,
pero que sin embargo presiente
y crece, tiembla y se derrumba con ella.
Amo los cuerpos grandes que habitaron uno pequeño,
lo que no soy
pero que bien hubiera podido,
lo que no se alcanza a decir,
lo que nos saca las raíces, los gritos elementales,
las visiones primarias,
esa flecha que sin saberlo viaja hacia el centro.
Amo lo que no alcanzo a ver
porque amo lo que veo.
Los estigmas, el estertor de la personalidad,
la locura cristalizada en el asombro,
la locura que nunca cae, la curva inesperada,
el reflejo certero, sin prisa,
que deviene en revelación,
el misterio trastornado en imagen.
De igual manera, pero en otra parte,
amo las historias personales, sus calles endurecidas,
los habitantes solos de mirada conmovedoramente oblicua.
Amo a los insomnes que luchan entre su esperanza y su pesadilla,
la confusión del ahogado, la convicción del perdido,
el dolor de ser tripas, el fiel servicio de las muelas carcomidas.
Amo a los que un día en un chispazo vieron el destino
y cayeron heridos por el impacto
más allá de cualquier destino verificable.

Lo dejo todo…

Lo dejo todo,
en las manos una vocación de fuego lento
que no va a ninguna parte;
en el cuerpo una reverberación
que emerge a la piel en oleadas.
Es delicioso reconocer tu propio sudor,
sentir las orejas calientes y frescas a la vez,
sentir sólo sentir
dejar a los ojos ser solamente ojos,
a la lengua, un camaleón en reposo,
sin la tentación del vómito.
Hoy no quiero hablar ni conmigo mismo,
lo dejo todo,
lo que no es posible abandonar,
de lo que no es posible huir,
no me importa el alambre del equilibrio,
encarguen a otro el miedo al abismo,
hoy escapo de mí,
dejo mi amor como quien se quita la camisa,
miro mi vida como un desorden que no vale la pena ordenar,
réstenle mis ilusiones al mar,
hoy sólo el desierto es capaz de conmoverme en poco,
tan grande y sin nadie
como una remota imagen de mí mismo

(Antología general de la poesía mexicana. Poesía del México actual. De la segunda mitad del siglo XX a nuestros días. Selec., pról. y notas Juan Domingo Argüelles. México: Editorial Océano, 2014)