Laura Lobov

Terracería

Se detiene
en el espejo desarmado que despacio
se acerca hacia el cielo
una red verde y despareja que apenas atraviesa el sol.
Reflejos, hojas plateadas, amarillas
enredaderas y parásitos que trepan y se estiran
buscando su lugar en la luz
las manos extendidas a la espera
del saludo de un famoso que desfila, un cupón de oferta,
unas monedas. Todo es húmedo acá y en el camino
el paisaje se transforma. El polvo vuela
a los costados de la ruta.
La vista es otra. Pero
donde todo se ve marrón y seco,
se esconde un corazón de agua.

Palenque

Lo que no podemos saber
es la verdad del guía,
cuánto
de lo que dice conoce:
propiedades de las hojas, especies,
nombres científicos y los secretos
de antiguas civilizaciones
la historia o un decorado que hoy elegimos.
Acá estamos, en la humedad
sucios, emocionados;
el guía
se agacha y mueve la tierra con la mano
nos da dos pedazos mínimos.
Caminamos con el puño cerrado bien fuerte
escondiendo el tesoro.
“Vasijas” decís y yo en silencio me imagino
la vida en otro tiempo
El uso
que podría darle a eso
si todos los pedazos estuvieran unidos.

Turistas

Desde la parte más alta de la pirámide
un señor llama a su mujer
agita los brazos con fuerza, como un animal extraño
que de pronto quisiera volar por primera vez.
Ella sonríe, pero él apenas puede verla
se saludan, ella se sienta a la sombra
bajo uno de los pocos árboles que quedan de pie
     en el centro
del parque. Afuera de esa línea,
hay muchísimos
uno junto a otro, uno sobre otro
como una construcción donde hay un espacio para todo
es un orden tan perfecto que no se ve.
Él está rojo, agitado. Le caen gotas
de la cara. Sube un escalón, se da vuelta
le hace otro gesto con la mano.
Pero ella ya no lo mira. Se pregunta
en qué estará pensando.
Abre la botella de agua
toma un poco, se refresca las muñecas
y el cuello. Después
baja despacio. Ella se levanta
y va hacia él. Siguen caminando
como si nada hubiera pasado.

Lo que se llevó el agua

Pasa el colectivo, gira
en la curva donde dejamos
algunas cosas. Fotos,
canciones, voces. Después
llegó el agua y las lámparas
quedaron como peceras a punto de estallar,
     esperando
una mínima chispa o un descuido. Eso no lo vi
pero lo sé. Ahora
que de muchas cosas no queda rastro
vemos las puertas cerradas,
el bronce opaco de la placa. No
se puede volver
a ningún río, ni ver ya
la nieve caer por primera vez. Es tarde
y el colectivo dobla
de nuevo, el barrio parece
un centro comercial,
es otoño y las copas de los árboles
forman túneles.

(L. Lobov. Pájaros que se posan sobre una antena. México: Ediciones El billar de Lucrecia, 2009)