Mariel Damián

Reflejos

De las mil maneras que hay para hacer el amor sin tocarse
está el mirar de cerca tus ojos
y descubrir la inocencia vestida de niña
hurgando en los escombros de tu conciencia
buscando a tientas y en un rincón de tu pecho
las piezas del Lego de tu infancia.

Es el tiempo el que no pasa
y en el fondo de tus ojos eres yo misma.
Ahí están los monstruos del armario y
las hormigas que anidan bajo tu cama.
Ahí el mar que se hace llanto
y el grito que callas con tu boca.

De las mil maneras que hay para hacer el amor sin tocarse
está el mirar de cerca tus ojos
y encontrarme —a veces— minimizada
entre la córnea vidriosa del cielo
y la sangre tibia de los párpados.

La imagen minúscula de mi cuerpo
nada en el color de tus pupilas
y se asoma al vacío que eres
para saludar al reflejo que soy
cuando estás conmigo.

Lo que no se nombra

Nunca nadie se pregunta sobre las cosas tristes que no existen,
como yo que me escondo detrás de las voces no-nacidas,
en el hueco de los cuerpos que nadie ha visto,
en la lengua del sol que humedece los jardines
en la cresta de las gallinas que no conocen los espejos.

Mi figura de nube recorre los sueños,
habito en cada arruga del tiempo
y no necesito que nadie me vea para ser
ni que alguien me nombre para existir.

Yo construyo seres que no saben cómo se creó el mundo,
escribo sus historias en la panza inflada de las estrellas
y desde los ojos de Dios los miro vivir y matarse.

A veces, muero de amor o de celos
por no tener un cuerpo palpable,
una espalda que aplaste el color de los pastos
o interrumpa el infinito olor de las olas.

Sin embargo, yo espero en los lenguajes extintos,
en el latido de tierra que se hace humo,
en la gota de lluvia que al caer en el mar
s e   e x p a n d e.

Ciudad de México

Ciudad que me miras dormida,
que te sabes los pasos que doy
y los lugares en los que ando
como una madre que mira y calla
para predecir el futuro.

Ciudad de esquinas tristes,
en tus brazos de concreto me sumerjo,
y bien sabes que lo que quieres es huir
de ti y de tu regazo,
alejar mis zapatitos de tu desnudez grisácea,
de tu cielo bipolar y desafinado
de tu gente que palidece cuando te transita.

Este amor y este odio que me anidan
no son culpa tuya,
es el oxígeno asfixiante
el que entumece mi cuerpo,
y mi cuerpo escribe porque
no sabe correr ni balbucear
ni contorsionarse
como mariposa rebelde.

Son estas las palabras que vuelan,
un rasguño de pájaro en el cielo
y son estas las líneas que forman
un tejado de letras en la oscuridad que eres.
Soy yo quien desde aquí te mira desvanecer,
porque no tienes huesos
y careces de médula que te sostenga.

Te duelen todos los secretos amontonados,
y te rasga el llanto y la nostalgia
de lo que fuiste un día —ya lejano—.
Hoy, te vistes de cables y arterias invisibles
estás tan llena y tan vacía que
los semáforos te cuidan
porque pocas son las hojas de árbol que cubren tu herida
y muchos los perros flacos que te recorren.

En ti mi sombra se adormece,
en ti la soledad encuentro
vestida de noche y de sangre
que escurre bajo los pies mojados.

En ti yacen los restos de esperanza
enterrados junto a los muertos que te nutren,
junto a la calvicie de la muerte que nos ve
y ríe nuestras desgracias.

Ay, Ciudad que me tocas vivir,
ciudad de voces
y ecos confundidos,
ni siquiera puedo llamarte mía
porque no eres ni de ti
ni de la tierra en que naciste.

Estás tan fría que
encojo los pies cuando te pienso,
porque pensar en ti
es pensar en el reflejo que soy,
—que somos—
en lo que nos hemos convertido
y no queremos ver.

En la angulación inexacta de tus rincones
crezco como un árbol torcido con sabor a leche,
crezco como hierba salvaje
entre vías del tren y asfalto,
crezco para mirarte de lejos
y saber quién soy,
quién eres y por qué
entre tu pecho de piedra rasposa
deletreo mi nombre.

Ay, Ciudad que nos contiene en su recodo,
que me mira soñar
con la ciudad que nunca fuimos.
A ti mis dientes rotos
y la voz que se desangra con el viento,
a ti mi forma humana de luz y de neblina
y estas manos necias que te dibujan
en el tembloroso silencio de mi juventud.

Mi mente en una cita

Tú miras mis ojos mientras hablas,
yo miro tus labios moverse.

Cada palabra que nace en tu boca
es un beso que he perdido.

(M. Damián. La chica que se ha quedado sola. México: Valparaíso Ediciones, 2017)