Fabio Morábito

Época de crisis

Este edificio tiene
los ladrillos huecos,
se llega a saber todo
de los otros,
se aprende a distinguir
las voces y los coitos.
Unos aprenden a fingir
que son felices,
otros que son profundos.
A veces algún beso
de los pisos altos
se pierde en los departamentos
inferiores,
hay que bajar a recogerlo:
“Mi beso, por favor,
si es tan amable”.
“Se lo guardé en papel periódico”.
Un edificio tiene
su época de oro,
los años y el desgaste
lo adelgazan,
le dan un parecido
con la vida que transcurre.
La arquitectura pierde peso
y gana la costumbre,
gana el decoro.
La jerarquía de las paredes
se disuelve,
el techo, el piso, todo
se hace cóncavo,
es cuando huyen los jóvenes,
le dan la vuelta al mundo.
Quieren vivir en edificios
vírgenes,
quieren por techo el techo
y por paredes las paredes,
no quieren otra índole
de espacio.
Este edificio no contenta
a nadie,
está en su época de crisis,
de derrumbarlo habría
que derrumbarlo ahora,
después va a ser difícil.

Ruido

Los pleitos entre el hombre
y la mujer del cuatro,
el niño que berrea del once,
la radio eterna del catorce,
el taconeo nocturno
de los de arriba
que llegan del trabajo
mientras duermo:
así es como me llegas
a la médula, ciudad,
y no te dejas reducir
a mis horarios,
hasta mi almohada es tuya,
mi erotismo.
¡Vivir rodeado de aire
que se lleve los ruidos,
forrar de dobles vidrios
las ventanas,
no abrirle a nadie!
¿Pero qué haría metido en mí?
¿Escribiría en silencio
oyendo sólo el lápiz,
que es el peor ruido,
oyendo lo que escribo?
Yo no he nacido
para un centro
sino para quejarme de su falta
(los centros me dan náusea),
y hago silencio
con mis versos,
pero son versos que hablan de ruido.

Ars poética

Yo nunca tuve anhelos
de motorización,
es más, nunca pedí a mis padres
un vehículo,
hasta la bicicleta me aburría,
me limité a mis pies,
a mi sentido del cansancio.
Nunca he viajado rápido,
pero he viajado,
mis huesos cambian de dolor
cada cien metros
y nadie sabe como yo qué es un kilómetro.

Hay una bestia

Hay una bestia adentro que me seca,
se mueve por arterias,
no por venas,
por eso soy incapaz de dibujarla,
sólo la intuyo.
Un verso bastaría para matarla,
pero es astuta,
se mueve en lo profundo,
donde no llego.
Me abro las venas
para que caiga, para que se disperse
y me conozca
pero ella ayuna
y a veces creo que se ha ido
y me ha dejado libre.
Y sin embargo sigue ahí
como una raspadura inocua,
como quien hace un túnel,
y puedo oírla en mis mejores versos.
Ella también está cautiva,
está en mi círculo vicioso.
¿En qué momento se desbordará?
para ocuparme,
para integrarme más a lo que soy,
para volverme idéntico a mí mismo
y encarcelarme en todo lo que he escrito,
para dejarme mudo?

Cruzando el puente

Mi edad más frágil
dio comienzo,
de ahora en adelante
no sanaré del todo
ni volveré a saber a ciencia cierta
qué me duele.
Salud y enfermedad
se funden.
Las claras divisiones
se acabaron,
las claras amistades.
Las aguas
van revueltas y sin orillas,
no se sabe hasta dónde.
Hay que rimar de otra manera,
más sutil,
que casi no se oiga.
El agua se hace turbia.
Hundirse en el anonimato,
no contestar saludos,
aligerarse como un corcho.
Invertebrarse casi,
dar todo lo de uno
sin espanto.
De ahora en adelante
hay que emboscarse,
llegar al verde
más oculto.

(F. Morábito. “De lunes todo el año”. En Premio de poesía Aguascalientes. 30 años. 1988-1997. México: Joaquín Mortiz, 1997)