Stéphane Mallarmé

Angustia

Yo no vengo esta noche a imperar en tu cuerpo,
¡Oh!, bestia en que se juntan los pecados de un pueblo
Ni a sondear en tu impuro cabello la tormenta,
Que infunde el incurable fastidio de mis besos:

Busco el sueño sin sueño que se cierne en tu lecho
Bajo el dosel ignoto de los remordimientos,
Que tú puedes gustar tras tus negras mentiras,
Tú que sobre la nada sabes más que los muertos:

Porque el Vicio ha roído mi nativa nobleza
Y me unció como a ti con su estéril tormento:
Pero, mientras tú guardas en tu pecho de piedra

Un corazón infame que ningún crimen hiere,
Yo huyo con la mortaja de una obsesión de loco
Con miedo de morir cuando me duerma solo.
                                                            Trad. Juan Filloy

Cansado del reposo

Cansado del reposo cuya pereza ofende
La gloria por la cual huyera de la infancia
Adorable de bosques de rosas bajo el cielo
Natural, y cansado más aún del duro pacto
De cavar cada víspera nuevas fosas amargas
En el terreno avaro y frío del cerebro,
Torvo sepulturero de mi esterilidad,
-¿Qué decir a esta Aurora, oh Sueños, visitada
Por las rosas, si el miedo de sus rosas sombrías
Rellenará los ojos del vasto cementerio?-

Yo quiero abandonar el cruel y voraz Arte
De mi pueblo; y sonriendo a los viejos reproches
Que me hacen el pasado, mis amigos, el genio
Y hasta la misma lámpara que sabe mi agonía,
Imitar al buen Chino de paz límpida y fina
Que goza éxtasis puros mientras pinta la muerte,
Sobre tasas de nieve arrobadas de luna,
De una flor singular que perfuma su vida
Transparente, la flor que sintió, siendo niño,
Injertarse en la azul filigrana del alma.
Para una muerte así que es ensueño de sabio
Yo he elegido, sereno, un paisaje lozano
Que también sobre tasas pintaré distraído.
Una línea de azul será un lago sumiso,
Bajo la desnudez de un cielo porcelana,
Y una luna creciente perdida entre las nubes
Remojará su cuerpo en el cristal del agua
No lejos tres bambúes, pestañas de esmeralda.
                                                            Trad. Juan Filloy

Brisa marina

La carne es triste, ¡ay!, y todo lo he leído.
¡Huir! ¡Huir! Presiento que en lo desconocido
de espuma y cielo, ebrios los pájaros se alejan.
Nada, ni los jardines que los ojos reflejan
sujetará este pecho, náufrago en mar abierta
¡oh, noches! ni en mi lámpara la claridad desierta
sobre la virgen página que esconde su blancura,
y ni la fresca esposa con el hijo en el seno.
¡He de partir al fin! Zarpe el barco, y sereno
meza en busca de exóticos climas su arboladura.

Un hastío reseco ya de crueles anhelos
aún sueña en el último adiós de los pañuelos.
¡Quién sabe si los mástiles, tempestades buscando,
se doblarán al viento sobre el naufragio, cuando
perdidos floten sin islotes ni derroteros!…
¡Mas oye, oh corazón, cantar los marineros!
                                                            Trad. Alfonso Reyes

Suspiro

Toda mi alma, hermana serena, hasta tu frente,
donde un otoño duerme empañado en sonrojos,
y al cielo errante de tus angélicos ojos,
sube, como en transido jardín sube la fuente
y fiel, en blanco chorro hacia el azul suspira,
el tierno azul de octubre puro y leve, que mira
copiarse en los estanques su lánguido desvío,
y deja —en aguas muertas que el dorado desmayo
de las hojas errantes arruga en surco frío
al amarillo sol colgar su largo rayo.
                                                            Trad. Alfonso Reyes

(S. Mallarmé. Antología. Pról. José Lezama Lima. Epílogo Rubén Darío. Madrid: Visor Libros, 2009)