Hamutal Bar-Yosef

Muéstrame

Muéstrame de nuevo esas fotos
de gente en un coche cerrado.
Tengo que estar preparada.
Muéstrame los ojos del niño que contempla la cara destrozada de su hermano.
No ocultes la pila de cadáveres abrasados.
Tengo que estar preparada.
No en sueños, no antes de dormir,
como si hubiera muerto con mi hermano en aquella guerra
noche a noche vomito mis entrañas,
los gusanos las cosquillean
y mi voz se paraliza.
Muéstrame despierta, en la televisión,
cómo un padre dice «salta por la ventana y corre».
Cómo un hombre aferró el revólver del enemigo.
Muéstramelo de nuevo.
Tengo que estar preparada.

Tel Aviv

Sí, anónima urbe, con auténtica delicadeza
me has violado.

Viste una gran piedra y la olíste, indiferente.
Sí, noche a noche el mar con gesto donjuanesco
sostenía una puerta giratoria,
siempre abierta, de entrada a
una hermosa playa llena de gente y de aire, como la cerveza
de una copa gigante absorbida en la sangre del bulevar marítimo,
y la playa retumba en los oídos como un joven desesperado
que declara su amor en una cabina telefónica,
la playa que es un salón de baile en el que no hay más que apretones,
miradas de todo tipo.

¡Cuidado! Una perrita saltó por la ventanilla de un coche en el semáforo
batiendo su cola, anhelando conocer a mi perro.
¿Cómo y cuándo me despojaste de mi duelo,
ciudad de aire tibio y procaz?

Pensaba que la muerte

Pensaba que la muerte empezaría por los pies,
por las estrías del talón reseco.
O que la gangrena carcomería los orificios interiores
para humillarme por completo.

No, mi muerte vendrá de la cabeza,
fina como aguja eléctrica, repentina, tic-tac,
haciendo estallar mis fusibles,
pulverizando mi lengua.

A las cuatro y media

A las cuatro y media de la tarde hasta el árbol
se despereza, como un niño de guardería cuyos padres se demoran
dispuesto a cobijarse en regazos ajenos,
y extiende las ramas con todas sus fuerzas
atraído por cualquier nube pasajera:
Apresúrate, llévame en tus alas fingidas,
no me dejes ennegrecer con el crepúsculo.

A las cuatro y media hasta el árbol,
cuánto más los que necesitan amor.

En la biblioteca

Recién hoy, y ya han pasado más de dos años,
fue como si se hubieran silenciado los chirridos del taladro,
suavizado el ruido de un objeto pesado cayendo en un vacío vagón nocturno,
y sólo imágenes casuales presionan aún el gatillo, cada mancha
parece desde lejos roja y líquida…
recién hoy en la biblioteca, tras una fila de espaldas encorvadas
distinguí de pronto un abrigo de lana
similar al que tejí alguna vez…
No, para ti no.
¡Para ti nunca tejí un abrigo!
¿Y cómo puede ser que sólo a ti no te haya tejido ni un solo abrigo?
Si te he besado más de lo que besaba a tus hermanos mayores
y te he dicho más palabras de amor de las que les dije a tus hermanos mayores
y te compadecía y te alentaba y consentía más que a todos tus hermanos mayores,
pero nunca tejí para ti un abrigo
y ni siquiera había pensado en eso hasta hoy.

(H. Bar-Yosef. El lugar donde duele. Antología poética (1970-2010). Ed. bilingüe. Trad. Mario Wainstein y Florinda F. Goldberg. Madrid: Vaso Roto Ediciones, 2013)