Hannah Arendt

A la noche

Tú que consuelas, inclínate sobre mi corazón sin
      hacer ruido.
Tú que callas, dispensa alivio a mis dolores.
Interpón tu sombra ante todo lo que es
      demasiado claro
y tráeme el entumecimiento que me brinde una
      huida de lo estridente.

Déjame tu silencio, esa liberación atemperante.
Déjame que oculte el mal en la oscuridad.
Y cuando la claridad me mortifique con nuevas
      visiones
dame fuerzas para cumplir en todo momento con
      mi deber.

                              *****

A nadie le incumbe
lo que somos y lo que parecemos.
Nadie se escandaliza
de lo que hacemos y opinamos.

El cielo está en llamas,
clarea el firmamento
por encima de un estar juntos
desconociendo el camino.

                              *****

Amo la tierra
como se ama el lugar foráneo
cuando se está de viaje,
y no de otra manera.
Así es como la vida
me sigue urdiendo quedamente con su hilo
para tejer un patrón jamás conocido.
Hasta que de pronto,
como una despedida en mitad del viaje,
irrumpe en el marco el gran silencio.

                              *****

La llaga que deja la dicha
se llama estigma y no cicatriz.
Solo las palabras del poeta
nos dan noticia de ella.
El decir poetizante
es sede que ampara y no guarida.

                              *****

Todavía te veo
de pie junto al escritorio.
Una luz te daba de lleno en el rostro.
El lazo de las miradas estaba firmemente tensado
como si hubiera de soportar tu peso y el mío.

El lazo se desgarró
y entre nosotros vino a surgir
no sé qué rara ventura
que uno no puede ver y que las miradas
ni pronuncian ni silencian. Sin embargo,
una atenta escucha sí que halló y sigue buscando
la voz que habla en el poema.

(H. Arendt. Poemas. Trad. Alberto Ciria, con la colaboración de Felicia Brembeck “Fee”, Xavier Escribano, Josef Sedlmeir. Barcelona: Herder, 2017)